12 agosto 2009

PALOMETA, AL ESTILO COSTERO

Resulta que la palometa tiene sus especialistas en la costa cubana. El atardecer del miércoles 8 de septiembre de 2004, Día de la Caridad del Cobre, conocimos en el Cayuelo de playa Baracoa a dos aficionados que se dedican a la pesca de este pez. Dicen ellos que se le pesca todo el año a la palometa (Trachinotus falcatus).

Más que el islote sugerido por su nombre, El Cayuelo es propiamente una especie de península con forma de naranja a alrededor de medio kilómetro al oeste de la desembocadura del río Santa Ana. Lo que parece el dibujo de una fruta es una circunferencia rocosa apenas levantada sobre la línea de marea, unida a la costa por un camino irregular que semeja el pedúnculo de la naranja colgada a la rama costera. Si baja mucho la marea, el cayo crece y si uno sigue igual de imaginativo entonces le parece la hoja de un arbusto que es puntiaguda hacia un extremo y redondeada en su base.

El fondo que rodea el cayuelo es una plancha muy pareja, cuya escasa profundidad apenas aumenta en la medida en que el pescador se aleja de tierra; a 50 metros de la orilla todavía es posible que no tenga el agua a la cintura. Esto es una ventaja para el pescador, que se aventura aguas adentro a tentar la suerte con carnada o con señuelo artificial. A unos 200 metros de la orilla hay un rompiente muy tentador, pero hasta allá no llegamos a pie.

Tal es el territorio donde viene a marisquear la palometa. Ella viene en manchas de cuatro o cinco y andan en busca de erizos cerca de la orilla. De manera que no es el cabezo de coral, ni los fondos quebrados e irregulares lo que interesa a este pez, sino la planicie clara en cuyas mínimas oquedades sobresalen las puntas negras de los erizos.

A los pescadores les interesa la palometa por su talla y por su vertiginosa escapada. Es un animal muy fuerte y buen peleador, que puede llevarse al agua el yoyo lleno de nailon, o puede romper la línea con su arrancada poderosa. Al aficionado le atrae el reto, pero también la abundancia de carne que ofrece y la relativa seguridad de su picada. "Si viene cinco, pican las cinco", dicen. "Ahora la pagan a dólar la libra", también dicen.

Era Día de la Caridad del Cobre, ocho de septiembre, la tarde que llegamos al cayuelo. Roberto y El Chino estaban ya allí y estuvimos a punto de irnos a otro sitio de la costa cuando vimos toda la orilla norte del cayo plantada de estacas. Cualquiera sabe que las estacas no nacen en el arrecife y que cada una de ellas significa un punto donde un pescador va a colocar su avío.

Bajamos a la orilla más por curiosidad que por afán de pescar, y vimos que la línea de estacas, separadas entre sí dos o tres metros, estaban recorridas a unos dos pies de su altura por un tramo de fuerte monofilamento de nailon de alrededor de dos milímetros de diámetro. Es la tendedera y su propósito es servir de obstáculo para que si una palometa hala la línea en un momento en que el pescador no la está vigilando o no puede atenderla, el carrete donde está contenida no vaya a parar al agua por muy fuerte que sea la tracción. Este carrete sale disparado a veces tan salvajemente, que no es raro que alguna lasca de sus bordes sea desprendida al chocar contra una arista del arrecife. Pero cuando llega a la tendedera puede saltar, subir y bajar como un yoyo de juguete, o puede caer boca arriba y dejar salir ampliamente la línea, pero es poco probable que salte la línea que se le ha puesto como límite y caiga en el mar. Cada sedal con el que se pesca la palometa descansa sobre o junto a una estaca de la tendedera.

Lista la tendedera, el siguiente paso es acopiar una provisión suficiente de erizos negros. Los mejores son los de cuerpo mediano, cuyo esqueleto esférico estimemos que mida unos 5 o 6 centímetros de diametro. Entonces es el momento de sacar de la bolsa de aparejos unas tijeras viejas y resistentes, con las cuales se hará a los erizos un pelado muy parejo, que deje a cada espina el largo de unos dos centímetros. Con esto, los erizos se vuelven más manejables, sin perder su atractivo, mientras la poda de las espinas es casi seguro que expanda en el agua el aroma natural de esta carnada.

Ya listos, se escogen de dos en dos los erizos y se encaja cada pareja en la caña de un anzuelos recto, del número 5 o 6, de manera que quede siempre expuesta la argolla en la cual se atará el sedal. Los erizos son atravesados por su centro, donde tienen sendos orificios donde están la boca y el ano. Antes atarlos al sedal, deben amarrarse con línea fina los dos erizos al anzuelo, cruzando las vueltas en forma radial para que queden como una caja de cartón atada con una cuerda. El primer erizo se coloca hacia arriba y el segundo se encaja sobre él en posición normal, de manera que queden boca con boca, con la punta del anzuelo encajada en el de abajo y la argolla sobresaliendo entre las espinas de la parte superior del de arriba. Hecha esta preparación, los pescadores atan el anzuelo así encarnado directamente a una línea de 70 o más libras de resistencia, sobre la cual ponen a correr una plomada perforada.

Cada pescador de palometas tiene a su cargo unos tres carretes. Cada carrete debe tener unos 300 metros de línea, para soportar la corrida de este pez. Pescarán en parejas para ayudarse unos a otros.

Cuando las tendederas, las carnadas y los carretes de líneas están listos, falta media hora o poco más para la puesta de sol. Es el momento de calar el aparejo y uno de los pescadores se ofrece a meterse al agua para hacerlo. Nada de lanzar en este caso. El erizo es muy delicado; la palometa, un gourmet muy exigente, y la preparación de la carnada muy laboriosa. Y todo podría echarse a perder justo en el momento menos oportuno si el erizo se daña al golpearse por accidente sobre el arrecife o incluso al caer en el agua. Lo que debe hacerse es penetrar en el agua con una línea en cada mano y andar hasta medio centenar de metros de la orilla.

La trayectoria de cada sedal debe ser geométricamente recta, pero las carnadas deben quedar a diferentes distancias de la orilla. A uno se le ocurre que cierta dispersión es beneficiosa para que los peces encuentren la carnada, pero lo que los pescadores argumentan en primer lugar es que de ese modo una guanábana que venga nadando al través de las líneas no se encontrará con todas las carnadas en su camino. Esta previsión no es ociosa, pues la guanábana es un pez que comerá cada erizo que encuentre disponible sin que le importe lo mínimo que está dejando sin comer a una familia de palometas. Como la bolsa espinosa que representa cada guanábana no es comestible, pues los pescadores se cuidan de mantenerlas lejos de su línea. Ellos no siempre lo logran, pues el Día de la Caridad del Cobre vimos sacar una guanábana antes de que llegara una palometa a aguas territoriales del Cayuelo.

Cuando las carnadas están en el agua, puede el pescador dedicarse a disfrutar lo que queda del ocaso, mientras merienda, bebe un trago de ron o fuma. La espera puede ser larga, hasta el amanecer, o corta. O puede que no arriben palometas esta vez y haya que intentarlo mañana o en otra ocasión. Pero algunos pescadores no se quedan tranquilos y se dedican a otra pesca mientras llega su esperado trofeo. Puede que un pargo, un caballerote u otra pieza venga en el anzuelo de una línea adicional antes de que el escandaloso campaneo de una lata de conservas arrastrada sobre el arrecife les anuncie que una palometa está llevando metros de su monofilamento de nailon hacia la profundidad.

Cuando la picada del pez se produce, el dueño del avío toma la línea en sus manos e interpreta las señales que le llegan al tacto. Seguramente podrá decir en que momento el pez está mordisqueando golosamente el suculento bocado de erizos, cuando va de paseo con ellos en la boca, triturando aun sus restos, y el instante en que la hincada del anzuelo lo echa a volar hacia alta mar. "Tírale en este momento", te aconsejan.

El pescador "le tira". Significa que retiene un instante la salida del sedal, lo hala en sentido contrario al que lleva en su avance la palometa y con ello hace que la punta del anzuelo penetre honda y seguramente en la boca del pez. Una línea más ligera no soportaría este encontronazo, pero un sedal de nailon de 70 libras de resistencia puede hacerlo. A partir de este momento, la pelea se decide por metros, según los cobre el pez hacia las aguas de su salvación o los vaya sumando brazada a brazada el pescador.

Justamente esa es la ayuda que necesita el pescador de palometas: alguien que recoja esa línea ganada al pez en el carrete, para que no haya peligro de que una vuelta de la línea se enrede en una roca o haga un nudo y en una sorpresiva arrancada de este corredor de aguas abiertas se quiebre sin importar cuan fuerte haya sido. El compañero del pescador recoge línea dándole vueltas en torno al yoyo de madera, colocado en forma perpendicular a su cuerpo, y si recibe la orden de "¡dale nailon!", lo girará levemente para que el lado del carrete que tiene su borde en bisel quede de frente y de salida a la línea.

En conjunto es una técnica sencilla, que requiere de pocos equipos y contados movimientos, pero cuyo procedimiento puede ser llevado en tal forma que unos tendrán grandes capturas y otros contarán grandes historias de palometas perdidas. Unos días antes de nuestro encuentro, el Chino y Roberto capturaron tres palometas. Una pesó 15 libras y dio bastante trabajo para sacarla del agua, incluso más que la que pesó 27 libras, y es de suponer que bastante más que la que pesó 13 libras.

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