26 abril 2010

HISTORIA NATURAL DE (UN) MACAO

En casa vivió un macao varios años, no me pregunte cuántos. Yo diría que demasiados años para un animalito que llegó desde la costa en una bolsa de tela con otros de sus congéneres, destinados todos a ser usados como carnada para rabirrubia o caballerote.
El macao es un crustáceo bastante común en Cuba, que en otras partes del mundo es llamado cangrejo ermitaño. Tienen en el extremo posterior de su cuerpo una bolsa carnosa y delicada que parece ser el manjar que busca cada hambriento en la vecindad de las aguas. Para sobrevivir, deben proteger esa bolsa dentro de una armadura ajena. En el país lo más común es la concha de un molusco llamado sigua, que abunda en la orilla del mar, aunque en ocasiones usted los descubre muy orondos llevando a cuestas la casa de un caracol de agua dulce y ello proclama que el señor macao ha tenido este año largas andanzas. En muy contadas ocasiones se les ha descubierto envueltos en algo tan inusual como la tapa roscada de una botella de ron.
Los macaos que llevamos a casa tuvieron sus dificultades. Como pasaron algunos dias y la pesquería proyectada no se efectuaba, sucedió que las siempre alertas hormigas dieron con los crustáceos, encerrados por aquellos dias en una caja plástica, y provocaron una repentina y al principio incomprensible mortandad. Por supuesto que costó trabajo darse cuenta de la causa por la cual aparecían los animalitos muertos, fuera de su concha, algunos con su blando vientre cercenado.
Cuando se descubrió que todo era obra de los inocentes insectos, a cuyo alcance se colocó un manjar privado de libertad para defenderse, eran muy pocos los que quedaban. Ellas, las hormigas, llegaban en grupo, entraban en las conchas y clavaban las tenazas en lo más blando del macao. Y el pobre ermitaño se quita el ropaje, que le arde encima, y queda su frágil cuerpo expuesto a las depredadoras. Carne para el hormiguero. Los que quedaron, se usaron para lo que fueron colectados. No obstante, uno se salvó, escapado, libre, y en movimiento ya las hormigas no pueden sorprenderle.
Vivió el macao en el patio semanas antes de ser descubierto. Herramientas en reposo, tablas destinadas a un mueble que no se hizo, botellas de ron y cerveza de pasados jolgorios fue desde entonces el paisaje de Macao, que recibió por nombre propio su nombre común y fue animalito doméstico donde un perro ni un gato lo habían sido, y donde una manada de lagartijas, una rana ocasional hacían las veces de obreros del control biológico, con gran eficiencia y mucho reconocimiento de los humanos del hogar.
Macao no acepta mimos ni come de la mano de nadie. En el orden afectivo, lo más que ha llegado a hacer es a no meterse despavorido en su concha cuando siente cerca de sí los pasos de alguien. El niño de la casa le tiene como un juguete, pero aprendió bien pequeño que los animalitos de esa especie tienen pinzas no por adorno. En esa ocasión hubimos de explicarle al bebé que no, que ningún animal es en sí malo por el hecho de provocarnos un dolor. Ni las picadas de avispas, ni la mordida de un perro son otra cosa que respuestas naturales a alguna acción inapropiada del humano. Macao se defendió porque se creyó agredido y estuvo a un tanto así de acabar en la punta de un anzuelo.
Nadie tenía intención de comvertir un bicho tan raro en animalito de compañia. Simplemente estaba ahí, viviendo en sus rincones sin meterse con nadie, demasiado poco él para que interesara echalo en la bolsa de avíos para pescar, teniendo otras carnadas y señuelos más apetitosos. Por otra parte, pasaba temporadas enteras ausente, como si hibernara en los 34 grados a la sombra de un agosto habanero, o hiciera retiro espiritual durante la época en que su especie se reúne para procrear en las rocosas orillas del Caribe.
Otros dias aparece y toma la casa para sí, recorre de la sala al balcón, finje estar escondido por dias y dias detrás de una maceta. Busca un zapato y se vuelve adicto a mordisquear plástico y falsa piel, costumbre doblemente mala porque puede provocarle problemas gástricos y hacer que el dueño del calzado tenga que invertir otros improbables treinta dólares en presentarse presentable en uno de esos sitios.
Se le permite subir al viandero y disponer para sí de un plátano maduro o de alguna papa. Es su derecho. Muchas veces se ha pensado llevarle a la costa y darle la libertad, pero siempre existe la duda de si con tanto tiempo viviendo en una cuarta planta recordará todavía las reglas de subsistencia entre arrecifes, al borde del oleaje, junto a decenas de macaos. Al final tendrá que suceder, pues los animales no tienen otro destino sino vivir en la naturaleza.
Buscándolos en la costa, hay épocas en que parece que todos se han ido a otra región del planeta. Incluso en lugares donde son tradicionalmente abundantes, como las costas de Guanahacabibes, o en Playa Girón, Cienfuegos o la Isla de la Juventud, localidades todas con costas al sur de Cuba donde hemos estado de pesca, se comprueba que este crustáceo terrestre tiene una clara tendencia a la territorialidad, como si los sitios convenientes para la especie debieran tener una característica específica en la que no hemos sabido fijarnos.
Llega uno a un tramo de monte costero y los descubre sin dificultad. Aun si andan silenciosos, su misma precaución al tratar de protegerse del humano que se acerca hace que el movimiento de esconderse en la concha sea lo que los descubra. Por lo general los buscamos en oquedades de troncos viejos, como la uva caleta, por ejemplo. O en la hojarasca al pie de un arbol. O trepados hasta el mismo haz en que brotan las pencas de un guano de costa. Se encuentra un área donde están agrupados, y luego se atraviesan varias hectáreas de terreno boscoso donde es raro hallar alguno.
Durante el verano hay una época en que el macao se agrupa y viaja hacia la costa para el desove. Dos veces lo hemos visto: una vez en Playa Girón, otra vez al oeste de Playa Antonio, en la península de Guanahacabibes. Vienen del monte, se reunen quien saben de cuanta distancia y de qué disímiles direcciones, pero ya cerca de la orilla del mar bajan en una columna no más ancha que unos pocos metros, agrupados, exhibiendo muy disímiles conchas, como viajeros que de diferentes regiones del planeta se dieran cita para una importante convención. La primera vez que lo presenciamos, uno sintió asombro pues la mayoría venia con conchas de caracoles que solo hemos visto en los embalses de tierra adentro, pero no había ningún cuerpo de agua dulce inmediato allí donde nos encontrábamos.
La agrupación de macaos es notable. Bajo los arbustos de la orilla se apelotonan. Tal vez ahi tienen sus intercambios de sexos opuestos para prolongar la maravilla de la vida. Tal vez luego hacen como los cangrejos, que desovan en el agua. Tal vez las larvas suben a la orilla un amanecer cualquiera y avanzan tierra adentro. Demasiados tal vez para un párrafo, pero lo cierto es que del macao sabemos poco los que usamos de él para pescar. Hay algunas personas que este saber lo usan para recoger a paladas los macaos concentrados, envasarlos en sacos y venderlos. En el muro del Malecón de La Habana se vio una vez este comercio. Inocente puede que sea, búsqueda de vida para alguien que no tiene otras luces, pero con lo poco que se sabe de este recurso puede que se esté poniendo en peligro el animal, la especie. Puede.
Cuando se está en la orilla y no hay oleaje fuerte, la picada es escasa y uno puede entretenerse remirando las oquedades del diente de perro donde el agua lame y se retira, lame y se retira..., se ven a veces hasta cientos de caracolillos del tamaño de un perdigón, con ínfimas patitas. En algún momento nacieron estos macaos, hallaron conchas tan pequeñas para su vestidura y se dedicaron a alimentarse junto al agua. Es un misterio. Todo lo más, uno puede anotar que cangrejos de ese tamaño no viven en despoblado. Las conchas, su aspecto de piedrecillas movidas por el agua, les hacen nada apetitosos para las vigilantes aves de la orilla.
Pero ellos crecen, vaya si crecen. Llegan a necesitar conchas de ciguas de 10 o 12 centímetros de diámetro para meter sus cuerpos, sus pinzas poderosas. Ellos se amontonan en un comejenero cercano al suelo y es un festival lo que arman rascando el globo de oscuro lodo, pacientemente construido por los insectos. ¿Buscarán los insectos para comerlos? Nada me extrañaría, aunque sería notable tan amplio espectro alimentario. Ellos -usted debe estar prevenido- tienen a veces una desagradable predilección por los excrementos. Ahora no hay ninguno aquí; un mamífero de cualquier clase concluyó en el mismo sitio su vigente proceso digestivo, ahora hay dos docenas aquí. Dicho sea esquemáticamente.

NOTA: No abunda la información acerca del Macao. En la revista cubana Mar y Pesca, edición de noviembre de 1980, hallamos en la página 32 que su nombre científico es Eupagurus predeauxi. Debe existir más de una especie, presumimos.

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