15 enero 2020



NADIE SE OLVIDA DE ORLANDO

Justo el día de Año Nuevo trajo la noticia un amigo común: el fotógrafo Orlando Gómez García había fallecido durante la última semana de 2019. Fue hombre totalmente de la prensa, y por varios años nos integramos en esa unidad creativa que reportero y fotógrafo formaban con frecuencia, cuando la tecnología digital no había abierto las puertas de la imagen a los profanos, y únicamente el arte de los maestros del celuloide alcanzaba el registro de parámetros que obraba la maravilla, a golpe de lente, velocidad, apertura, profundidad de foco y encuadre, sin olvidar la alquimia que en el cuarto oscuro daba la final pincelada.
Ahora caemos en cuenta de que llegamos a desplazarnos juntos por todo lo amplio de esta Isla. El comienzo fue anterior, pero en los días de pasión creativa de aquella olvidada revista Bitácora, cuando en el acabar del siglo XX descubríamos el gusto por dedicarle al tema náutico toda la vocación acumulada, tuvimos que pedirle ayuda a quien se hallaba en días de vacaciones, y  sin pensarlo amaneció con la mochila al hombro y las cámaras resguardadas y listas, como sería infinidad de veces. Bayamo, Cabo Cruz, Ciénaga de Zapata, Caibarién, la Laguna de la Leche, la bahía de Cienfuegos, Isla de la Juventud, Cabo de San Antonio... derroteros para llenarnos de paisajes, para llevar a las publicaciones aquellos espacios, el deslumbramiento de una Cuba todavía más silvestre que turística, con una mirada de amor que continuará conmoviendo a sorprendidos lectores mientras las páginas envejecidas existan en las bibliotecas.
Invaluable su ayuda al asumir la cobertura del primer libro, dedicado al músico Polo Montañez, y muchas veces le hicimos ver que su trabajo gráfico traspasaba ampliamente la compañía que el texto agradecía: que buscara las vías para exponer su obra, haciendo justicia a los valores que su habilidad y su dedicación le habían otorgado. Y más todavía a aquellas deslumbrantes fotografías del mar y sus oficios, a los que tan largo tiempo se consagró como artista y fotorreportero.
Grafforl fue su nombre de trabajo, y desde este mismo instante aseguro que no faltará entre los jóvenes talentos que habrá dado esta Isla en pocos años, aquellos que no se conformen con la fácil retórica cotidiana y vayan a buscar a quienes como él aportaron luz a la emoción por un país que afrontaba días controvertidos, mostrando en su belleza la cuota de razón que nos hizo perenne huella de su suelo, sin otra aspiración que la humildad del tiempo consagrado. 









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