25 febrero 2016


                                                                                           A los miles de cubanos que esperaron 
                                                                                          2016 en Peñas Blancas, balseros en tierra.

Hasta que saltaron a la letra impresa con la crisis que titulan en 1994, los balseros no existían sino para sí mismos. Las dificultades burocráticas y financieras para hacerse de una embarcación propia hicieron que muchos inflaran un neumático de camión, de ómnibus o de jeep ruso y entráramos al agua a pescar. Para la mayoría comenzó siendo un auxilio para dar mayor intensidad al deporte de la pesca, que a nivel de la orilla estaba perdiendo posibilidades. En los embalses, debido a la vegetación que en muchos sitios hace impracticables las orillas; en el mar, en busca de pesqueros inaccesibles al lance manual desde la costa. Muchos se quejaban de que las redes furtivas no dejaban llegar el pescado a la costa.
La pesca en balsas rústicas ha recibido críticas: son inseguras, dicen unos; son ilegales, se asustan otros, porque algunos las usan para robar redes y pescado de la pesca comercial. También son inelegantes. Si comparamos un neumático inflado o un cuadrado de poliespuma con un yacht en la portada de una publicación de pesca del mundo capitalista, se ven realmente horrorosas.
Pero a bordo de uno de estos artefactos flotantes se pesca, también realmente. Aclaremos que, la relación que guarda las balsas con la afición por la pesca en Cuba no puede separarse, en el enfoque de estas páginas, de la pesca deportivo – recreativa. Y dentro de esa definición, la única que cabe en este blog, hallaremos que a bordo de esos artefactos muchos aficionados cubanos se adentran en el mar y se las arreglan para pescar agujas, y en el embalse les resulta posible llegar a cada recodo, cada tramo de orilla tupida de maleza o bloqueada por el agua, como sucede en la mayoría de las presas de nuestro país.
Podemos excluir la pesca en balsas como tema de la historia de la pesca deportiva cubana. Seguir el patrón “esto no existe” y hacer como un amigo mío y colega: tomar las metodologías y directivas acerca de la pesca deportiva, cambiar algunas formas básicas del lenguaje y donde se lee: “organizar competencias para alentar la participación de…”, traducirlo como “se organizan competencias para…”. Y si las “normativas” no mencionan las balsas, pues no mencionamos las balsas.
Pero el hecho concreto es que la pesca en balsas existe, realmente. Y en dependencia de la historia de la pesca deportiva cubana que uno esté escribiendo, hay que decir que la pesca en balsa es una habilidad que el aficionado cubano ha ido adquiriendo en la medida en que alcanzar una embarcación se iba haciendo más y más ilusorio. La historia de la pesca en balsas no está documenta hasta hoy. Es probable que encontremos algunas directivas prohibiendo su empleo, pero la pesca en balsas siempre va a ser un número de años más antiguas que dicha reacción del aparato regulatorio. Independientemente de los conceptos elaborados por los legistas en relación con la pesca en balsas, peyorativamente calificadas artefactos flotantes, ningún enfoque serio de la pesca deportiva en Cuba puede obviar no solo la existencia, sino incluso la importancia de este tipo de auxiliar para la navegación del pescador deportivo cubano.
El 26 de mayo de 2007 exploramos un foro del sitio argentino El Anzuelo en internet, en el que el cubano Yordankis Alonso, sometía al diálogo el criterio de los aficionados de otros países acerca de la pesca desde balsas (http://www.elanzuelo.com/invboard/index.php?s=449123cb61659b6e52d3c84ac1d1b3a7&showtopic=1720). La indagación incluía una encuesta, según la cual más de la mitad de los participantes consideraba muy arriesgado este método de salir de pesca, pero menos del 24 % decía que no la utilizaría.
En la encuesta realizada por Ismael León Almeida entre el año 2000 y el 2002, un total de 102 (Un 49.3 % de participantes en la encuesta) pescadores cubanos indicaron que empleaban regularmente balsas rústicas en la pesca recreativa. Las balsas rústicas son empleadas indistintamente en el mar o en cuerpos de agua fluvial. De manera particular, en los embalses permiten el aprovechamiento de sectores de pesca donde la accidentada topografía o la espesa vegetación, con frecuencia espinosa, no posibilitan la pesca de orilla y es imposible el vadeo a causa de la profundidad.
Del total de encuestados, 168 ofrecieron argumentos respecto a su preferencia o rechazo por el empleo de las balsas rústicas. Un 54.8 % fueron positivas y el 45.2 %, negativas. Los principales motivos para aceptar la pesca en este tipo de implemento flotante fueron la posibilita de realizar más captura (29), la necesidad (23) y a causa de que hallaban impracticables las orillas de los embalses (14). Otros argumentaron que las usaban debido a que las embarcaciones estaban prohibidas en las presas, eran cómodas para pescar y daban movilidad al pescador. Quienes rechazaban pescar en balsa, lo hacían principalmente por hallarlas inseguras o sentir temor de su empleo (23), considerarlas ilegales (17), por no necesitarlas (12), o por no gustarles (10). Según las respuestas a la encuesta, las balsas eran de tipo inflable (neumáticos de vehículos de varias clases) en el 79.4 % de los casos, o compactas, en su mayoría construidas del material plástico denominado poliespuma, en el restante 20.6 %.
Un mediodía de agosto de 1996 conversábamos en la costa del municipio Playa, al oeste de la capital del país, con un pescador en “cámara” que había cobrado cinco cibíes a vara y carrete, con boya y pollito. Aseguraba el colega que en días anteriores había tenido mejor suerte, con días de 40 e incluso en una ocasión de 72 cibíes. Para hacer su pesquería recorría una distancia considerable, pues se echaba al mar por el sitio nombrado La Copa, a la altura de la calle 42, y en esta ocasión acababa de salir por la costa colindante a la calle 174.
La necesidad de un medio flotante, aparte de la movilidad y la mayor amplitud de oportunidades para hallar los peces, que parecen ser requisitos normales de esta pesca en cualquier parte, está el hecho de que una gran parte de las orillas de nuestros embalses so impracticables para la práctica de la pesca desde tierra y aun al vadeo. En una ocasión llegué con mi nieto al embalse de Baracoa, preparamos las cañas, comenzamos a atravesar una franja de vegetación espinosa tras la cual seguía otra de plantas flotantes (malanguetas). Al llegar al punto donde podíamos usar los avíos, ya el muchacho tenía el agua en la barbilla. Y es algo que ocurre múltiples veces: orillas selladas de plantas inextricables...etc.
En ocasiones se halla el problema del relieve de la orilla, la profundidad de algunos embalses y, en general, a causa de que una cantidad de buenos pesqueros se hallas aguas adentros, un criterio de pescadores aficionados que debería ser válido en esta materia. Sucede que la carencia de un modesto bote de remos frena las posibilidades del pescador, que se siente privado de su afición, limitado e sus posibilidades de disfrute y de desarrollo técnico en el deporte que ama, y tratando de hacer su captura a cualquier costo, acabo por no respetar nada que entrara a su anzuelo, tuviera o no talla adecuada, fuera o no a consumirlo.
Al menos desde los pasados años 80–el estimado es aleatorio, puede ser más tiempo que ese, nunca menos- los más tenaces aficionados a la pesca se inventaron en Cuba las balsas; en una de las imágenes veremos un fabuloso artefacto que fue publicado en la revista habanera FOTOS nada menos que en 1952. Nacieron los balseros y toda su mítica, aunque en realidad el balsero pescador no necesariamente derivó hacia el balsero emigrante, sino solo usó un modo que luego sirvió al otro propósito. Las balsas, a fin de cuentas, no fueron diseñadas sino para facilitar una pesca relativamente costera y para  los embalses, nunca para el cruce de un mar como el del estrecho de la Florida, objeto de desesperados migrantes.
Es probable que la palabra diseño la hayamos usado en un sentido algo figurado, ¿no?, pues el proceso de creación es tan simple que más parece una broma genial que de pronto se ha convertido en realidad y sus cortos detalles han surgido al paso de la necesidad. Ha de advertirse que los modelos comerciales de “float tubes” o “patos”, con su amplia diversidad de modelos –¡incluso los catamaranes personales!- no pasan de ser derivados de factura industrial de lo que en su momento la necesidad llevó a inventar a los cubanos.
La balsa original es un neumático inflado: de ómnibus, de camión, incluso de jeep. Les llamamos “cámaras”. Para pescar en aguas dulces se prefieren pequeñas, que se puede inflar a pulmón y desinflarse en pocos minutos. Para lograr mayor rapidez en estas operaciones, los pescadores recortan el conducto metálico de entrada del aire, deshaciéndose de la complejidad mecánica del gusano y las tapas de válvula, los que sustituyen por un simple tapón de goma para impedir el escape del aire: la bomba de goma de un gotero o un fragmento de tubo de goma flexible doblado y atado.
El balsero ata sobre la cámara un saco tejido de nailon, de los usados para contener granos o harina en el comercio, y el mismo le servirá para guardar la cámara, las patas de rana y la captura a la hora de retirarse del embalse. En el mar es más común que empleen como plataforma para sentarse una malla de fuerte cordel tejido. ¿Qué no se ha visto en venta, obra de oportunos artesanos, estas mallas especialmente preparadas? Entonces usted no ha estado en Cuba suficientemente cerca de la gente acerca de la cual escribo. Las balsas inflables marítimas lleva más aditamentos que las fluviales: un tubo plástico que es el portacañas, una tabla corta fijada a la malla para colocar un mechón (recipiente con combustible y una mecha) para alumbrarse en las noches, estrobos de madera para remar, que sirven asimismo para colocar los carretes o yoyos. Una caja plástica va a remolque, flotando: es el vivero donde el balsero lleva la carnada. 
La otra variante de balsa no es neumática, sino compacta, y cualquiera podría adivinar sin mucho esfuerzo su barato origen. Se trata de un muy ligero material plástico aislante, un polímero de uso en el embalaje y más recientemente incorporado como componente en las construcciones. Acá se le llama poliespuma. Las balsas de este material ha recibido el nombre de “corchos” y “bumbos”. Las más ligeras so las usadas, por supuesto, en los embalses, pues su característica más deseable es que puedan ser transportadas a bordo de la bicicleta del pescador. Un modelo común puede estar construido por dos bloques de “poliespuma” 50 por 50 centímetros, por unos 40 centímetros de altura, unidos por tubos de aluminio a una distancia que permite colocar en la parte central un asiento de lona u otro material, quedando espacio para que los pies del pescador entren al agua, calzados con sus aletas de buceo.
Aunque tal es la estructura básica del “corcho”, cada pescador da al suyo algo de su individualidad. Así, uno lo hará articulado en medio, porque se sirvió de un catre de aluminio desechado, otro lo ha construido de tal modo, agrandando algo los flotadores, que va sentado sobre uno de los bloques de “poliespuma” y no con el trasero sumergido todo el día.
Usted puede apostar, a ojos cerrados, que todos los campeones cubanos de la pesca de la trucha, son expertos balseros. Uno de ellos asegura que las balsas surgieron en La Habana, cuando la fuerte presión de pesca sobre los pocos embalses hizo que los ya fanáticos “trucheros” buscaran mejorar sus resultados alejándose de las orillas. Luego el invento se generalizó, los practicantes perfeccionaron su técnica y la abundancia de sus capturas tentó a los demás.
Además de la balsa y las infaltables patas de rana, el equipamiento básico del balsero es su avío. Aunque la línea mano, con su correspondiente yoyo, se usa ampliamente, el uso de la vara y carrete tipo spinning se ha extendido, de longitud más corta en occidente, en tanto se reporta un limitado uso del baitcasting hacia la zona central, marcadamente en la provincia de Ciego de Avila. Para retener los peces el accesorio elegido es la ensartadera, otras veces se usa el saco ya descrito o una bolsa de tela mejor elaborada, según la curiosidad del pescador y la ayuda que reciba de su esposa. Nadie, salvo los turistas y sus guías, usa en Cuba el salabre; para cobrar la trucha se usa la mano libre.
Como herramienta adicional, para muchos nada secundaria, el balsero lleva en el bolsillo de su trajinada camisa de kaki un pequeño carrete, que puede ser una lata vacía de cerveza, o un elaborado segmento de tubería plástica de descarga pluvial. Enrolla un tramo de sedal que remolca libremente tras la balsa, con su anzuelo y su lombriz artificial. Le llaman “chispín” (*de chispa, algo pequeño, crepitante, activo, que llama a los peces y descubre a veces donde se hallan. Chispa, en la pesca a spinning marítima, es el simple anzuelo al que se viste con un haz abierto de pelo de cabra teñido de amarillo) y es mortífero. A veces se da el caso de que el balsero carece de una vara de pesca a carrete y usted lo verá agitar las aletas, mientras porta en cada mano una línea con su señuelo sumergido. Cuando pica una trucha, asegura el carrete opuesto bajo el muslo, recoge línea usando ambas manos, cobra el pez y lo ensarta, y todo eso sin dejar de mover rítmicamente sus pies para que la balsa navegue al impulso de sus aletas.
A las balsas rústicas se les ha descubierto un buen número de ventajas, incluso cuando se les compara con los botes. La primera y más apreciada de todas es su gran autonomía. La posibilidad de pescar continuamente y en movimiento. El acceso a lugares estrechos. La facilidad de posicionamiento. La ayuda que representa su ligereza para lidiar una presa de gran talla, acercándola con el avío a la vez que se aproxima a ella con la balsa, maniobrando con facilidad para alejarla de los sitios donde los obstáculos puedan representar un riesgo de pérdida de la pieza.
También tiene desventajas, como la dificultad de mantener una posición exacta, vital cuando el área de pesca efectiva es muy restringida, como es el caso del lanzado sobre estructuras sumergidas. No es apropiada, por supuesto, para cubrir las distancias que se pueden hacer en un bote de remos y mucho más a motor, pero tampoco los embalses son todos de tan dilatadas dimensiones que soportarían sin daño para sus ecosistemas el ruido, el goteo de combustible y el excesivo esfuerzo pesquero. En general, el balsero carece de confort: va siempre empapado, soportando junto a la humedad que le cubre, el soplo del aire, el frío que es compañero e lo mejor de la temporada, y a veces el ayuno al que por elección o falta de previsión se someten algunos por seis u ocho horas de pesca, durante las cuales el universo del pescador se reduce a un toque recibido sobre los dedos de la mano.
A criterio de un pescador que conozco, calificado tanto en al pesca desde una cámara que a bordo de un flamante bass boat, la pesca en balsa es un procedimiento fácil, una vez que se ha adquirido dominio de la navegación impulsada a pata de rana, pero no prepara al pescador para la pesca al vadeo o para pescar a bordo de una embarcación. Puede que sea cierto, pero esa ha sido y es todavía la opción mayoritaria, y me atrevería a afirmar que la mayoría de los pescadores de truchas de este país, lo que han llegado a la esencia de la pesca a vare y carrete y el uso de los señuelos, no tendrá dificultades para desempeñarse en esta cuestión: pescará al vadeo si no le queda otro remedio, y se adaptará al bass boat mucho más rápido de lo que un turista se adapta a una balsa rústica.













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