A los miles de cubanos que esperaron
2016 en Peñas Blancas, balseros en
tierra.
Hasta que saltaron a la letra impresa
con la crisis que titulan en 1994, los balseros no existían sino para sí
mismos. Las dificultades burocráticas y financieras para hacerse de una
embarcación propia hicieron que muchos inflaran un neumático de camión, de
ómnibus o de jeep ruso y entráramos al agua a pescar. Para la mayoría comenzó
siendo un auxilio para dar mayor intensidad al deporte de la pesca, que a nivel
de la orilla estaba perdiendo posibilidades. En los embalses, debido a la
vegetación que en muchos sitios hace impracticables las orillas; en el mar, en
busca de pesqueros inaccesibles al lance manual desde la costa. Muchos se
quejaban de que las redes furtivas no dejaban llegar el pescado a la costa.
La pesca en balsas rústicas ha
recibido críticas: son inseguras, dicen unos; son ilegales, se asustan otros,
porque algunos las usan para robar redes y pescado de la pesca comercial. También
son inelegantes. Si comparamos un neumático inflado o un cuadrado de poliespuma
con un yacht en la portada de una publicación de pesca del mundo capitalista,
se ven realmente horrorosas.
Pero a bordo de uno de estos
artefactos flotantes se pesca, también realmente. Aclaremos que, la relación
que guarda las balsas con la afición por la pesca en Cuba no puede separarse,
en el enfoque de estas páginas, de la pesca deportivo – recreativa. Y dentro de
esa definición, la única que cabe en este blog, hallaremos que a bordo de esos
artefactos muchos aficionados cubanos se adentran en el mar y se las arreglan
para pescar agujas, y en el embalse les resulta posible llegar a cada recodo,
cada tramo de orilla tupida de maleza o bloqueada por el agua, como sucede en
la mayoría de las presas de nuestro país.
Podemos excluir la pesca en
balsas como tema de la historia de la pesca deportiva cubana. Seguir el patrón
“esto no existe” y hacer como un amigo mío y colega: tomar las metodologías y
directivas acerca de la pesca deportiva, cambiar algunas formas básicas del
lenguaje y donde se lee: “organizar competencias para alentar la participación
de…”, traducirlo como “se organizan competencias para…”. Y si las “normativas”
no mencionan las balsas, pues no mencionamos las balsas.
Pero el hecho concreto es que la
pesca en balsas existe, realmente. Y en dependencia de la historia de la pesca
deportiva cubana que uno esté escribiendo, hay que decir que la pesca en balsa
es una habilidad que el aficionado cubano ha ido adquiriendo en la medida en
que alcanzar una embarcación se iba haciendo más y más ilusorio. La historia de
la pesca en balsas no está documenta hasta hoy. Es probable que encontremos
algunas directivas prohibiendo su empleo, pero la pesca en balsas siempre va a
ser un número de años más antiguas que dicha reacción del aparato regulatorio. Independientemente
de los conceptos elaborados por los legistas en relación con la pesca en
balsas, peyorativamente calificadas artefactos flotantes, ningún enfoque serio
de la pesca deportiva en Cuba puede obviar no solo la existencia, sino incluso
la importancia de este tipo de auxiliar para la navegación del pescador
deportivo cubano.
El 26 de mayo de 2007 exploramos
un foro del sitio argentino El Anzuelo en internet, en el que el cubano Yordankis Alonso, sometía al diálogo el criterio de los aficionados de otros
países acerca de la pesca desde balsas (http://www.elanzuelo.com/invboard/index.php?s=449123cb61659b6e52d3c84ac1d1b3a7&showtopic=1720).
La indagación incluía una encuesta, según la cual más de la mitad de los
participantes consideraba muy arriesgado este método de salir de pesca, pero
menos del 24 % decía que no la utilizaría.
En la encuesta realizada por Ismael
León Almeida entre el año 2000 y el 2002, un total de 102 (Un 49.3 % de participantes en la encuesta) pescadores
cubanos indicaron que empleaban regularmente balsas rústicas en la pesca
recreativa. Las balsas rústicas son empleadas indistintamente en el mar o en cuerpos
de agua fluvial. De manera particular, en los embalses permiten el
aprovechamiento de sectores de pesca donde la accidentada topografía o la
espesa vegetación, con frecuencia espinosa, no posibilitan la pesca de orilla y
es imposible el vadeo a causa de la profundidad.
Del total de encuestados, 168
ofrecieron argumentos respecto a su preferencia o rechazo por el empleo de las
balsas rústicas. Un 54.8 % fueron positivas y el 45.2 %, negativas. Los
principales motivos para aceptar la pesca en este tipo de implemento flotante
fueron la posibilita de realizar más captura (29), la necesidad (23) y a causa
de que hallaban impracticables las orillas de los embalses (14). Otros
argumentaron que las usaban debido a que las embarcaciones estaban prohibidas
en las presas, eran cómodas para pescar y daban movilidad al pescador. Quienes
rechazaban pescar en balsa, lo hacían principalmente por hallarlas inseguras o
sentir temor de su empleo (23), considerarlas ilegales (17), por no
necesitarlas (12), o por no gustarles (10). Según las respuestas a la encuesta,
las balsas eran de tipo inflable (neumáticos de vehículos de varias clases) en
el 79.4 % de los casos, o compactas, en su mayoría construidas del material
plástico denominado poliespuma, en el restante 20.6 %.
Un mediodía de agosto de 1996
conversábamos en la costa del municipio Playa, al oeste de la capital del país,
con un pescador en “cámara” que había cobrado cinco cibíes a vara y carrete,
con boya y pollito. Aseguraba el colega que en días anteriores había tenido
mejor suerte, con días de 40 e incluso en una ocasión de 72 cibíes. Para hacer
su pesquería recorría una distancia considerable, pues se echaba al mar por el
sitio nombrado La Copa, a la altura de la calle 42, y en esta ocasión acababa
de salir por la costa colindante a la calle 174.
La necesidad de un medio
flotante, aparte de la movilidad y la mayor amplitud de oportunidades para hallar
los peces, que parecen ser requisitos normales de esta pesca en cualquier
parte, está el hecho de que una gran parte de las orillas de nuestros embalses
so impracticables para la práctica de la pesca desde tierra y aun al vadeo. En
una ocasión llegué con mi nieto al embalse de Baracoa, preparamos las cañas,
comenzamos a atravesar una franja de vegetación espinosa tras la cual seguía
otra de plantas flotantes (malanguetas). Al llegar al punto donde podíamos usar
los avíos, ya el muchacho tenía el agua en la barbilla. Y es algo que ocurre
múltiples veces: orillas selladas de plantas inextricables...etc.
En ocasiones se halla el problema
del relieve de la orilla, la profundidad de algunos embalses y, en general, a
causa de que una cantidad de buenos pesqueros se hallas aguas adentros, un
criterio de pescadores aficionados que debería ser válido en esta materia.
Sucede que la carencia de un modesto bote de remos frena las posibilidades del
pescador, que se siente privado de su afición, limitado e sus posibilidades de
disfrute y de desarrollo técnico en el deporte que ama, y tratando de hacer su
captura a cualquier costo, acabo por no respetar nada que entrara a su anzuelo,
tuviera o no talla adecuada, fuera o no a consumirlo.
Al menos desde los pasados años
80–el estimado es aleatorio, puede ser más tiempo que ese, nunca menos- los más
tenaces aficionados a la pesca se inventaron en Cuba las balsas; en una de las
imágenes veremos un fabuloso artefacto que fue publicado en la revista habanera
FOTOS nada menos que en 1952. Nacieron los balseros y toda su mítica, aunque en
realidad el balsero pescador no necesariamente derivó hacia el balsero
emigrante, sino solo usó un modo que luego sirvió al otro propósito. Las
balsas, a fin de cuentas, no fueron diseñadas sino para facilitar una pesca
relativamente costera y para los
embalses, nunca para el cruce de un mar como el del estrecho de la Florida,
objeto de desesperados migrantes.
Es probable que la palabra diseño
la hayamos usado en un sentido algo figurado, ¿no?, pues el proceso de creación
es tan simple que más parece una broma genial que de pronto se ha convertido en
realidad y sus cortos detalles han surgido al paso de la necesidad. Ha de
advertirse que los modelos comerciales de “float tubes” o “patos”, con su
amplia diversidad de modelos –¡incluso los catamaranes personales!- no pasan de
ser derivados de factura industrial de lo que en su momento la necesidad llevó
a inventar a los cubanos.
La balsa original es un neumático
inflado: de ómnibus, de camión, incluso de jeep. Les llamamos “cámaras”. Para
pescar en aguas dulces se prefieren pequeñas, que se puede inflar a pulmón y
desinflarse en pocos minutos. Para lograr mayor rapidez en estas operaciones,
los pescadores recortan el conducto metálico de entrada del aire, deshaciéndose
de la complejidad mecánica del gusano
y las tapas de válvula, los que sustituyen por un simple tapón de goma para
impedir el escape del aire: la bomba de goma de un gotero o un fragmento de
tubo de goma flexible doblado y atado.
El balsero ata sobre la cámara un
saco tejido de nailon, de los usados para contener granos o harina en el comercio,
y el mismo le servirá para guardar la cámara, las patas de rana y la captura a
la hora de retirarse del embalse. En el mar es más común que empleen como
plataforma para sentarse una malla de fuerte cordel tejido. ¿Qué no se ha visto
en venta, obra de oportunos artesanos, estas mallas especialmente preparadas?
Entonces usted no ha estado en Cuba suficientemente cerca de la gente acerca de
la cual escribo. Las balsas inflables marítimas lleva más aditamentos que las
fluviales: un tubo plástico que es el portacañas, una tabla corta fijada a la
malla para colocar un mechón (recipiente con combustible y una mecha) para
alumbrarse en las noches, estrobos de madera para remar, que sirven asimismo
para colocar los carretes o yoyos. Una caja plástica va a remolque, flotando:
es el vivero donde el balsero lleva la carnada.
La otra variante de balsa no es
neumática, sino compacta, y cualquiera podría adivinar sin mucho esfuerzo su
barato origen. Se trata de un muy ligero material plástico aislante, un
polímero de uso en el embalaje y más recientemente incorporado como componente
en las construcciones. Acá se le llama poliespuma.
Las balsas de este material ha recibido el nombre de “corchos” y “bumbos”. Las
más ligeras so las usadas, por supuesto, en los embalses, pues su
característica más deseable es que puedan ser transportadas a bordo de la
bicicleta del pescador. Un modelo común puede estar construido por dos bloques
de “poliespuma” 50 por 50 centímetros, por unos 40 centímetros de altura,
unidos por tubos de aluminio a una distancia que permite colocar en la parte
central un asiento de lona u otro material, quedando espacio para que los pies
del pescador entren al agua, calzados con sus aletas de buceo.
Aunque tal es la estructura
básica del “corcho”, cada pescador da al suyo algo de su individualidad. Así,
uno lo hará articulado en medio, porque se sirvió de un catre de aluminio
desechado, otro lo ha construido de tal modo, agrandando algo los flotadores,
que va sentado sobre uno de los bloques de “poliespuma” y no con el trasero
sumergido todo el día.
Usted puede apostar, a ojos
cerrados, que todos los campeones cubanos de la pesca de la trucha, son
expertos balseros. Uno de ellos asegura que las balsas surgieron en La Habana,
cuando la fuerte presión de pesca sobre los pocos embalses hizo que los ya
fanáticos “trucheros” buscaran mejorar sus resultados alejándose de las
orillas. Luego el invento se generalizó, los practicantes perfeccionaron su
técnica y la abundancia de sus capturas tentó a los demás.
Además de la balsa y las
infaltables patas de rana, el equipamiento básico del balsero es su avío. Aunque
la línea mano, con su correspondiente yoyo, se usa ampliamente, el uso de la
vara y carrete tipo spinning se ha extendido, de longitud más corta en
occidente, en tanto se reporta un limitado uso del baitcasting hacia la zona
central, marcadamente en la provincia de Ciego de Avila. Para retener los peces
el accesorio elegido es la ensartadera, otras veces se usa el saco ya descrito
o una bolsa de tela mejor elaborada, según la curiosidad del pescador y la
ayuda que reciba de su esposa. Nadie, salvo los turistas y sus guías, usa en
Cuba el salabre; para cobrar la trucha se usa la mano libre.
Como herramienta adicional, para
muchos nada secundaria, el balsero lleva en el bolsillo de su trajinada camisa
de kaki un pequeño carrete, que puede ser una lata vacía de cerveza, o un
elaborado segmento de tubería plástica de descarga pluvial. Enrolla un tramo de
sedal que remolca libremente tras la balsa, con su anzuelo y su lombriz
artificial. Le llaman “chispín” (*de
chispa, algo pequeño, crepitante, activo, que llama a los peces y descubre a
veces donde se hallan. Chispa, en la pesca a spinning marítima, es el simple
anzuelo al que se viste con un haz abierto de pelo de cabra teñido de amarillo)
y es mortífero. A veces se da el caso de que el balsero carece de una vara de
pesca a carrete y usted lo verá agitar las aletas, mientras porta en cada mano
una línea con su señuelo sumergido. Cuando pica una trucha, asegura el carrete
opuesto bajo el muslo, recoge línea usando ambas manos, cobra el pez y lo
ensarta, y todo eso sin dejar de mover rítmicamente sus pies para que la balsa
navegue al impulso de sus aletas.
A las balsas rústicas se les ha
descubierto un buen número de ventajas, incluso cuando se les compara con los
botes. La primera y más apreciada de todas es su gran autonomía. La posibilidad
de pescar continuamente y en movimiento. El acceso a lugares estrechos. La
facilidad de posicionamiento. La ayuda que representa su ligereza para lidiar
una presa de gran talla, acercándola con el avío a la vez que se aproxima a
ella con la balsa, maniobrando con facilidad para alejarla de los sitios donde
los obstáculos puedan representar un riesgo de pérdida de la pieza.
También tiene desventajas, como
la dificultad de mantener una posición exacta, vital cuando el área de pesca
efectiva es muy restringida, como es el caso del lanzado sobre estructuras
sumergidas. No es apropiada, por supuesto, para cubrir las distancias que se
pueden hacer en un bote de remos y mucho más a motor, pero tampoco los embalses
son todos de tan dilatadas dimensiones que soportarían sin daño para sus
ecosistemas el ruido, el goteo de combustible y el excesivo esfuerzo pesquero.
En general, el balsero carece de confort: va siempre empapado, soportando junto
a la humedad que le cubre, el soplo del aire, el frío que es compañero e lo
mejor de la temporada, y a veces el ayuno al que por elección o falta de
previsión se someten algunos por seis u ocho horas de pesca, durante las cuales
el universo del pescador se reduce a un toque recibido sobre los dedos de la
mano.
A criterio de un pescador que
conozco, calificado tanto en al pesca desde una cámara que a bordo de un
flamante bass boat, la pesca en balsa es un procedimiento fácil, una vez que se
ha adquirido dominio de la navegación impulsada a pata de rana, pero no prepara
al pescador para la pesca al vadeo o para pescar a bordo de una embarcación.
Puede que sea cierto, pero esa ha sido y es todavía la opción mayoritaria, y me
atrevería a afirmar que la mayoría de los pescadores de truchas de este país,
lo que han llegado a la esencia de la pesca a vare y carrete y el uso de los
señuelos, no tendrá dificultades para desempeñarse en esta cuestión: pescará al
vadeo si no le queda otro remedio, y se adaptará al bass boat mucho más rápido
de lo que un turista se adapta a una balsa rústica.
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