10 diciembre 2016

Concurso de texto informativo y literario
CUBANOS DE PESCA
PREMIADOS

PRIMER LUGAR:
DE LA PESCA DEL PATAO CON BAYAS EN ESMERALDA Y OTROS TEMAS.
Alexis Medina (Camagüey)

El contexto
Soy guajiro, definitivamente soy guajiro y lo disfruto muchísimo. Nacido en una zona rural del municipio Esmeralda en Camagüey, pasé mi más temprana infancia entre Guayabal y Maduro, dos pueblecitos de los tantos que existían en Cuba, y que al igual que la mayoría de ellos, luego del surgimiento de la cooperativas de producción agropecuarias, comenzaron una irreversible decadencia, hasta recibir el golpe final con la llegada del periodo especial, convirtiéndose de esa manera, en lo que constituyen hoy: extensos potreros llenos de marabú.
Sin energía eléctrica, además de los clásicos juegos infantiles (bolas, trompo y papalote), el mejor tiempo de mi vida transcurría entre jugar pelota, cazar y pescar.
La pesca la realizaba en los pequeños riachuelos y canales cercanos a la comunidad y consistía básicamente en capturar las biajacas criollas, que aun en aquellos no tan lejanos tiempos, se encontraban “a pululu,” tomando la frase del famoso personaje. El que dijera en aquellos momentos que la pesca era cara, podría ser considerado irremediablemente loco, porque nada había mas fácil que meter un pico al lado de un corral de puerco y sacar todas las lombrices de tierra del mundo, conseguir un pedacito de nailon cualquiera, un anzuelo generalmente prieto de oxido, un corcho de una botella y una rama mas o menos recta de algún árbol para usar como vara, y como técnica, solo buscar los lugarcitos ya conocidos, dejar caer el anzuelo cebado y esperar que corriera o se hundiera el corcho.
Pero había momentos especiales, momentos diferentes, poco frecuentes y largamente esperados y era cuando me decía mi padre: “este fin de semana nos vamos al Río a pescar”. Por supuesto el río de la frase, no era ninguno de los riachuelos ni canales cercanos y acostumbrados, era el río Caonao, específicamente un lugar conocido como el Canal Salao y la pesca no era de biajacas con lombrices de tierra, era de pataos y con bayas.

El río
El río Caonao nace en la llanura del centro de Camagüey a una altitud de 110 metros, y en sus 154 kilómetros de extensión recibe 46 afluentes y constituye el límite natural, en su parte norte, entre las actuales provincias de Ciego de Ávila y Camagüey. Desemboca en la Bahía de Jiguey, al norte del municipio Esmeralda, y a pesar de haber sido ampliamente represado, es uno de los pocos causes permanentes en dicha región.
Se hizo tristemente histórico por uno de los hechos más sangrientos ocurridos durante los primeros años de la colonización española en Cuba, denominado “La Matanza de Caonao”, en la que un grupo de conquistadores, al mando de Pánfilo de Narváez, asesinaron a varios cientos de pacíficos aborígenes que moraban en un caserío próximo al río.
El Canal Salao, mide unos 10 kilómetros  aproximadamente y se encarga de unir el río Caonao con la costa de la Bahía de Jiguey. Fue construido en la década del 50 del pasado siglo, por los colonos que poseían sus propiedades en zonas aledañas al río, y que sufrían anualmente grandes pérdidas en sus actividades económicas fundamentales (ganadería y caña de azúcar), debido a las inmensas inundaciones que acontecían en las temporadas de lluvias. Si bien durante los grandes temporales este canal cumplía su función de aliviadero, durante los meses más secos del año disminuía su caudal de manera considerable, favoreciendo la penetración el agua marina, hecho que aumentaba notablemente su salinidad, de ahí su nombre.

El pez
Conocido en Cuba como patao, este pez, cuyo nombre científico es Diapterus rhombeus, es uno de los mas abundantes en la costa norte de Camagüey. Es un pez demersal, perteneciente a la familia de las mojarras (Gerridae), de color plateado, cuerpo romboideo y comprimido y boca fuertemente protráctil, dato al parecer muy importante para el tipo de pesca que intentamos describir. Alcanza la madurez a los 13 cm aproximadamente y puede crecer hasta los 40 cm, aunque su tamaño común ronda los 30 cm. Se encuentra distribuido ampliamente en  las Antillas Mayores,  costa atlántica tropical del sur de México, América Central y América del Sur hasta el nordeste brasilero y una parte de La Florida.
Habita en lagunas y manglares, de fondo fangoso y arenoso y soporta variaciones importantes de la salinidad del agua, lo que le permite internarse varios kilómetros río adentro. Se alimenta fundamentalmente de pequeños invertebrados bentónicos. Al parecer existen variaciones dentro de la misma especie porque popularmente se les denomina patao amarillo y  patao rayado, dependiendo del predominio del color.

El arte y la técnica
Para pescar patao con bayas el arte usado siempre ha sido la vara criolla y su confección ha variado a medida que han ido apareciendo nuevos materiales en nuestra cotidianidad, porque nunca se produjo ni se comercializó en nuestro medio, un equipo hecho específicamente para esta pesca. La forma de confeccionarla es, más o menos, la misma para todos, aunque depende de la exigencia y “categoría” de cada pescador, existiendo los pescadores ocasionales (entre los cuales me encuentro) que pescamos con cualquier cosa y aquellos que prácticamente pueden ser considerados verdaderos profesionales y tienen sus métodos casi estandarizados. Actualmente, estos últimos por lo general usan una vara de caña brava de alrededor de 3 metros de largo de una o dos secciones, con un nailon de monofilamento fino que puede tener la longitud de la vara o ser un poco mas largo y un anzuelo pequeño, los datos técnicos relativos al nailon y al anzuelo elegido son por lo general desconocidos y dependen mas de la experiencia de cada pescador y de su disponibilidad. El flotador casi siempre es confeccionado del material que denominamos “poliespuma” en algunas de sus versiones y tienden a ser finos, alargados y de colores llamativos.
Hasta aquí no hay nada diferente en lo relativo a la vara criolla, o sea, en cualquier parte de Cuba se confeccionan varas con características similares y son usadas para capturar otras especies. Lo que hace diferente este tipo de pesca es el cebo que se usa: las bayas.
¿Y qué es lo que entiende cualquier persona que no sea de Esmeralda cuando se le dice la frase pesca con bayas? Eso seria muy bueno averiguarlo, porque si bien cualquier esmeraldense, mínimamente familiarizado con la pesca, sabe muy bien a lo que se refiere, para el resto del mundo puede ser un misterio. Y el hecho es que la palabra baya, siempre usada oralmente por nosotros, constituye un término homófono que contiene, en la simplicidad de sus cuatro letras, dos de las que mayor cantidad de errores ortográficos causa en nuestra lengua: la B y la Ll, y la mudanza de cualquiera e ellas acarrea un cambio total del significado. De esa manera si excluimos la palabra balla, que no existe, tendremos: valla  que puede referirse a una pared, al obstáculo que deben saltar los corredores  de 100, 110 o 400 metros con vallas, o al lugar que en Cuba destinamos a las peleas de gallos; vaya que puede ser una forma de conjugar el verbo ir o una expresión de sorpresa y por ultimo baya, que además de referirse al color amarillento del pelaje de un caballo, también es un fruto carnoso comestible.
Puesto que no encontré ninguna definición de la palabra que la relacionara con lo que nosotros usamos para pescar, pienso que debe ser un vocablo usado muy localmente, derivado de aquella que hace referencia a los frutos carnosos comestibles y que se produjo sabrá dios debido a qué circunstancias.
En fin la referida baya, no es más que un molusco bivalvo, parecido a los mejillones y ostiones, cuyos mayores ejemplares no superan los 2 centímetros de largo y crecen formando pequeñas colonias en las ramas y raíces sumergidas en el agua. Por lo tanto la primera tarea consiste en localizar una buena cantidad de dichos moluscos, teniendo en cuenta que gran parte de ellos serán utilizados para confeccionar lo que llamamos pesquero, o sea engoar el área elegida para realizar la pesca, para lo que se procede a triturar la cantidad seleccionada y arrojarla al agua.
El sitio a elegir debe ser tranquilo, remansado, cerca de estructuras sumergidas, lo menos afectado por la corriente y el viento, donde  por lo regular no vemos al patao y suponemos que él tampoco nos ve; esos sitios tienden a ser recurrentes en cada pescador y son considerados casi como propiedad personal.
Colocar correctamente la baya en el azuelo requiere de cierta práctica, dada las características del animal. Para ello se rompe la parte mas fina de la unión de las dos conchas, dejando una hendidura por donde se introduce el anzuelo y posteriormente y con mucho cuidado, se trituran las conchas contra el anzuelo haciendo presión con los dedos índice y pulgar. Aunque con una sola baya es suficiente, algunos prefieren colocar dos o tres.
El lanzado también debe hacerse de manera cuidadosa, pues el patao es muy sigiloso y asustadizo, pero fundamentalmente porque, dada la fragilidad con que queda la carnada, esta puede desprenderse de solo de tocar el agua.
Bueno pues estando la mesa ya servida solo falta la picada, que en esta pesca también es singular. No esperen un corcho hundido o corrido, eso es muy poco frecuente, lo que predomina aquí son toques muy tenues, que solo le experiencia y, en mi caso, la casualidad, permiten definir cual es el bueno. Es tan leve el movimiento del corcho con la picada, que resulta difícil diferenciarlo de la ondulación natural de este, cuando es mecido por los pequeños rizos formados en el agua debido al viento. Según los propios pescadores la causa responde a las características anatómicas de la boca del patao, que al ser muy protráctil consigue succionar a distancia una carnada muy débilmente fijada al anzuelo.
Por lo dicho anteriormente este tipo de pesca es caracterizada por una larga secuencia  de lances y recogidas sin carnada. Aun así existen verdaderos maestros en este arte, que considerarían mala, una jornada en la  que no pudieran llevarse a casa una veintena de peces. ¿Y usted amigo, se embulla a realizarla?

Lucy in the Sky with Diamonds, and with Patao.
Dudo mucho que John Lennon, autor de la controversial canción, haya consumido patao alguna vez en su vida, pero estoy seguro que de haberlo hecho en Esmeralda a partir de mediados de la pasada década del 90, ya tendríamos en nuestros archivos una nueva canción, vaya usted a saber con qué título.
Y es que, aunque él y todos los demás ex-beatles, siempre hayan afirmado que la relación entre las iníciales del título de la canción y el mas popular alucinógeno usado durante el auge de la contracultura hippie en los anos 60, fuera producto de la casualidad, resulta altamente sospechoso que no solo el título, sino también el contenido de la canción sean totalmente psicodélicos, en un momento en el que ellos mismos experimentaban con el LSD, por lo que hasta hoy persiste la polémica.
¿Bueno y que hace el LSD en este escrito? ¿Tiene alguna relación con el patao? Pues hasta la fecha mencionada no vemos ninguna, si bien toda la vida existieron casos esporádicos de “soñadera” luego de una copiosa ingesta del pez, atribuido por nuestros padres y abuelos a la gran cantidad de “fósforo” que contiene. Pero a partir de la mitad de la década del 90, en nuestro municipio comenzaron a reportarse extraños casos de personas con alucinaciones y otros síntomas neurológicos, dignos de un episodio más de los expedientes X, todos asociados al consumo del patao. Lo que comenzó tímidamente con pocos casos se fue generalizando hasta que prácticamente cada familia tenia sus historias que contar.
Si toda la vida el patao fue el pez marino mas consumido y nunca había sucedido nada, ¿qué estaba aconteciendo ahora? ¿Tendría algo que ver con alguno de los tantos cambios que, por entonces, se sucedían en el país?
Todos recordaran que la difícil situación económica de aquellos tiempos condujo a una gran escases de las fuentes de proteína animal tradicionales, lo que a su vez conllevó a un aumento del consumo de peces y de esa manera, de los de agua dulce, la tilapia perdió milagrosamente su típico sabor a tierra, convirtiéndose en un manjar, por lo que comenzó a escasear, haciendo su aparición la tenca, que delataba en el aire su consumo aun varios días después del hecho y de los de mar, el patao se hizo amigo inseparable de la mesa del esmeraldense. ¿Se deberían las alucinaciones al aumento de su consumo? Hay quienes decían que no, que la causa era la forma en que se le cocinaba y afirmaban que dios había hecho el patao el mismo día que el aceite, pero no planeó que este último podría desaparecer un día, hecho que efectivamente aconteció, obligando a que su bíblico compañero fuera preparado mayormente en salsa, aporreado o asado. Todavía recuerdo las palabras de mi difunto abuelo, que en paz descanse, cuando aún medio desorientado juraba que no había probado el pez, sino solo mojado el arroz con un poco de salsita. ¿Sería entonces el método culinario empleado la causa del fenómeno? Parece poco probable, debido a que las pocas ocasiones en que era consumido frito, también podían aparecer los síntomas.
Por aquella fecha yo, estudiante de medicina y casi adicto al patao, me di a la tarea de revisar la escasa bibliografía disponible y no encontré nada claro,  pregunté a algunos profesores y tampoco me dieron una respuesta convincente.  ¿Cuál sería la causa entonces? Un gran misterio. La gente poco a poco se fue acostumbrando y todo se quedo así, parece que con el paso del tiempo el cuerpo desarrolla algún tipo de tolerancia y los síntomas son menores.
No sería hasta hace unos tres años y gracias a la tecnología, que husmeando en internet encontré publicado un estudio realizado por el Instituto de Oceanología de La Habana durante los años 2004 y 2005, su título: Calidad ambiental de la bahía de Jiguey (NE de Cuba) y su relación con intoxicaciones alimentarias de origen marino. Finalmente había descubierto el agua tibia. Aunque los autores no lo ponen en sus conclusiones, y solo lo mencionan en su desarrollo, según mi criterio, la causa principal del fenómeno la teníamos delante de nuestras narices y no la veíamos: el pedraplén o para decirlo mejor, los pedraplenes.
El estudio concluye que existen una serie de factores que han provocado un deterioro de las condiciones ambientales de la bahía, dando lugar a un aumento significativo y permanente de su salinidad, y contaminación orgánica, que ha conducido a un predominio de cianobacterias de géneros potencialmente nocivos y/o tóxicos, que se acumulan y amplifican en la cadena alimenticia a través de los moluscos bivalvos filtradores, que, según el estudio del contenido estomacal del patao, constituyen una fuente importante de su alimentación y que finalmente pasan al ser humano cuando degustamos el sabroso pez. Aunque esa cadena de eventos me recuerda el cuento infantil del gallo que se ensució el pico a la hora de ir a la boda de su tío Perico, realmente todo parece indicar que, en efecto, sucede de esa forma. Solo faltó realizar un estudio del contenido estomacal de cualquier esmeraldense en aquella época, para dar por confirmada la teoría y demostrar la relación causa-efecto de manera inequívoca.
Aunque la investigación, entre los factores causales primarios del problema, menciona el deficiente aporte de agua dulce a la bahía debido al represamiento del río Caonao, el predominio de la evaporación sobre las precipitaciones, el calentamiento global y el aumento del tiempo de intercambio de las aguas de la bahía con las aguas oceánicas adyacentes, así como el depósito y acumulo de materia orgánica e inorgánica debido a las barreras físicas como los pedraplenes, según mi empírico criterio, este último es el verdadero desencadenante del evento, dada su coincidencia cronológica.
Cuando, debido a nuestras habituales urgencias económicas, tomamos decisiones y acometemos acciones, sin tener en cuenta las implicaciones ecológicas a largo plazo, acontecen y seguirán aconteciendo hechos como los descritos.
Afortunadamente todavía tenemos a McCartney y a Ringo, quien sabe si una cosa no lleva a la otra y con la construcción del pedraplén aumenta el turismo internacional en nuestro municipio y un día alguno de ellos decide visitarnos, para finalmente encontrarse cara a cara con un lindo patao formando parte del menú. Tal vez así pudiéramos tener nuestra propia canción psicodélica y habría valido la pena alucinar durante 20 años.




SEGUNDO LUGAR:
PLAYITAS
Luis Orlando Ávalos Valdés  (Cienfuegos)
I
Tanto tiempo escuchando los cuentos de los pescadores que habían tenido la suerte de ir a pescar a la zona de la desembocadura del río Gavilán,  hizo crecer  la curiosidad de conocer este tramo de costa cienfueguera y un día  al terminar una de las comunes jornadas de spinning en grupo, comenzamos a planear una incursión al famoso lugar. Después de hacer coincidir la disponibilidad de cada uno con la marea y la luna, quedamos para el día  2 de mayo.
Río Gavilán, Playitas, o Playa el Gusta son varios de los nombres por los cuales es conocido un tramo del litoral de la provincia de Cienfuegos de aproximadamente 5 km donde se combinan la desembocadura, piedra alta, playas y rompientes de roca y coral, un conjunto ideal para la pesca deportiva con la marea alta. Situado al pie del macizo montañoso de Guamuaya y a unos 32 km aproximadamente de la Perla del Sur, es un lugar de atractivas vistas y muy buenos pesqueros.
Por varios días estuvimos preguntando, buscando en los mapas y finalmente llegamos a la conclusión que el lugar era de bastante difícil acceso, con solo dos caminos, la opción más cercana a la carretera tenía el inconveniente de cruzar el río a nado y dada que nuestra intención era llegar con la pleamar y desconociendo totalmente esa geografía, descartamos enseguida esa posibilidad. La segunda vía era llegar en ómnibus hasta una cooperativa y tomar un camino por el monte; así lo hicimos.
Corría el 2 de mayo, una de la tarde, y  en la terminal de ómnibus provincial estaban El Bola, Edwin, Liska, Henrito, su tío y yo, todos con un modesto equipo de spinning, dos neveras con hielo, algo de carnada y tremendas ganas de pescar. Luego de 20 minutos ya estábamos bajándonos en la cooperativa de Rancho Luna, hicimos una parada para cambiarnos de ropa y emprendimos marcha de 13 km hacia el pesquero. El camino era un terraplén poco transitado, el sol y el calor de las 3 de la tarde nos castigó en el primer tramo sin árboles, pero a medida que nos adentramos en el monte la ruta se fue cubriendo de follaje.  Cuando nos fuimos acercando a la costa dejamos el trillo y decidimos continuar por el diente de perro, tendríamos así la certeza de no perdernos. El mar estaba movidito y la marea estaba subiendo, tal cual lo habíamos planeado.

II
La cercanía del agua y la adrenalina hizo a los que no iban muy cargados comenzar a montar sus varas y  alistar señuelos bajo la protesta inútil de los dos que transportábamos el agua y la carnada. En el grupo solo Edwin era nuevo en la pesca a spinning y estaba ansioso por estrenar su equipo, Liska lo ayudó a preparar todo y después de regular el carrete se dispuso a explicarle la utilización del trompo de madera y las pelusas, que a diferencia de otras regiones del país donde utilizan pelo de chivo o venado, acá en el centro las hacemos de pelotas de goma amarillas. Al llegar al primer playazo, el maestro se dispuso a enseñarle al discípulo la técnica mientras observábamos prestos a criticar jajajaja. El primer lance fue sin fuerza, solo para demostrar cómo recobrar adecuadamente, pero después de varias vueltas a la manivela, algo paró en seco el carrete y se flexionó la vara, como solo habían menos de dos pies de agua todos pensamos en un cabezo de coral o una piedra, pero antes de salir la primera crítica o chiste de nuestras bocas, la chicharra del carrete empezó a cantar y después de unos minutos de batalla con aquella vara bastante delgada pero fuerte, vimos como Liska ya tenía dominado en la orilla un pargo rojito de entre tres y cuatro libras. A partir de ese momento fue algo muy gracioso, como si hubieran escuchado el disparo de arrancada todos tomaron sus equipos y se desplegaron a buscar posiciones para castear. El Bola y yo habíamos tenido la mala suerte de cargar las neveras en el tramo final del camino, por lo que pusimos marcha rápida y llegamos en media hora a la desembocadura del río Gavilán, destino final de la expedición.
Se hizo entonces un breve descanso, apenas las seis de la tarde, tiempo justo para comenzar a pescar, y como El Bola es mucho más rápido pude ver que ya había subido tres cibíes a la piedra con un jig amarillo (pollito) que estaba todo despeinado y con poco pelo,  pero por alguna razón le gustaba al peje. Pesqué hasta que comenzó a caer la noche y los demás miembros de la comitiva que se habían quedado por el camino fueron apareciendo con sus ensartes (el mío ni lo saqué porque no me picaron ni los mosquitos). De los primeros en llegar a donde estaban las mochilas y las neveras fue Henrito con ocho cibíes cercanos a una o dos libras cada uno y otro mucho más grande, su tío que era un señor mayor y no estaba para la caminadera por la piedra traía dos cibíes medianos. Después llegó Edwin emocionado por su primera pesca con artificial y traía cinco cibíes bastante buenos y una rubia para variar, El Bola solo había pescado un momento y llegaba con dos cibíes, dos rubias y una cabrilla, pasado un rato y con las últimas luces del día llegó Liska, realmente el más afortunado, ensartados estaban el primer pargo, dos jocuses casi del mismo tamaño, un cibí y una rubia. Todos a su llegada me preguntaron que había cogido y la expresión de mi cara era la respuesta, estaba tan encabronado que ni fotos tomé, aunque todavía me quedaba la jornada nocturna y la mañana.   

III
Al caer la noche comimos y dejamos todo listo para comenzar la faena en una hora. La luna en su cuarto menguante bien avanzado procuraba una casi rotunda oscuridad y nos hacía ilusión la idea de que los peces se aproximaran a la boca del río. Los jureles, o gallegos como les llaman en otras regiones del país, al caer la noche se acercan a la orilla a marisquear y la piedra alta donde estábamos era casi perfecta para tentarlos, por un extremo terminaba en la desembocadura y por el otro al comienzo del rompiente de la playa. El señuelo que utilizamos para el jurel es una copia artesanal del Original Floating 17 de Rapala al que cariñosamente bautizamos como Furosmi porque la primera vez que intentamos reproducir la famosa carnada nos salió tan feo que alguien exclamo: ¡ñooo, eso está más feo q un furosmi!, nunca supimos lo q significaba la palabra pero el nombrecito se quedó y como la efectividad de esos palos feos con tres anzuelos o grampines de color estridente estaba más que probada siempre era parte de nuestro arsenal. Pero esa noche no íbamos a poder poner a prueba nuestras artimañas porque los jureles nunca aparecieron, ni guaguanchos, ni sábalos, ni bananos (ladyfish), ni pez alguno picó en las más de dos horas lanzando y un poco desilusionados decidimos movernos para los bajos antes que comenzara a bajar la marea.
Una vez en la playa nos posicionamos en un extremo bien cerca del rompiente y engoamos un poco con majúa y cabezas de sardina. Esta vez el primero en lanzar fui yo, y cuando mi anzuelo cargado con tres majúas todavía no había tocado fondo, una fusilada con más velocidad que fuerza me reventó el cordel de monofilamento de 20 libras. Después de esto, todos rápidamente lanzaron los cordeles para averiguar el origen de la picada. El fondo era pura piedra y arrecife de coral, y lo más aconsejable era pescar con líneas finas para poderlo quebrar en caso de trabazón, por lo que dominar algún peje de tamaño respetable iba a ser una tarea casi imposible, a veces el peje picaba y se encuevaba al momento y no había más remedio que partir, otras bastaba solo la corriente para que los anzuelos terminaran bien clavados en una piedra. Durante un buen rato nos frustramos con buenas picadas y líneas partidas, hasta que El Bola tuvo la gran idea de colocar la carnada con muy poco plomo sobre una franja de arena, y allí estaba la clave, así pudimos subir varios pargos ojancos de un color rosáceo muy llamativo, cuberetas, cabrillas, roncos blancos, carajuelos de buen tamaño y lo mejor fueron tres pargos jocuses que rondaban las tres o cuatro libras. También hubo varias batallas perdidas, después de clavar el anzuelo en la boca del pez sentías la fusilada y sin chance de cobrar un centímetro la línea partía en la primera piedra que encontraba en su camino. A medida que comenzó a bajar la marea la picada cesó completamente y decidimos preparar todo el pescado para que cupiera en las neveras que eran bastante pequeñas y después echamos un sueñito hasta el amanecer.

IV
Amanecía despacio, el sol empezaba a clarear por detrás de las lomas de Escambray, el mar solo se erizaba un poco donde la ola chocaba contra el rompiente de coral, la briza era fresca y suave y la marea subiendo, todo perfecto para comenzar la jornada. Con el aparejo listo fuimos buscando los mejores sitios en la costa, como el fondo era bajo e irregular montamos el mismo señuelo: trompo de madera y pelusa amarilla,  pero con variaciones en dependencia del gusto, El Bola utilizaba una pelusa pequeña y un terminal con una cucharilla, Liska lo mismo pero con un pollito amarillo al final, Henrito, su tío y Edwin con una sola mosca y yo con un pulpito de silicona detrás de la pelusa. La acción no estuvo como en la tarde pero siempre fajó algún peje, a mí una cubera bastante grande muy descaradamente me arrancó el trompo en cuestión de segundos sin tiempo a nada, después cobré un agujón que al sacarlo le faltaba la cola y un pedazo, Henrito sacó solo la cabeza de un cibí, el resto del cuerpo se lo tragó una picúa. Al final de la zona baja nos reunimos de nuevo y entre todos cogimos 10 o12 cibíes, dos cajíes, tres rubias y dos agujones y medio.  Hubiéramos podido seguir, era temprano, pero el agua se nos había terminado, el hielo en las neveras era escaso y el pescado corría el riesgo de echarse a perder.
Edwin y el tío de Henrito tomaron la sabia decisión de tomar el camino por el cual habíamos llegado,  pero el resto insistimos en bordear la costa hasta la playa de Rancho Luna, una pésima elección pues tuvimos que caminar algunos tramos muy incómodos sobre la arena y siempre bajo el sol. Llegando a la boca del río Arimao, cerca de la playa, estábamos al borde de la deshidratación, pudimos entonces allí darnos un baño y aunque el agua era salobre tomamos algún que otro sorbo. A  pesar de no haber sido una mala pesca juramos que no volveríamos a ir a Playitas más nunca en la vida.
 Después de caminar un tramo más, ya en la playa Rancho Luna compartimos dos refrescos TuCola entre los cuatro y esperamos la guagua a la sombra de un pino que por fortuna estaba  justo en la parada .Sentados, tranquilos y de regreso a casa comenzamos a rememorar y a reírnos de las anécdotas del viaje sin darnos cuenta que estábamos a la entrada de la ciudad, El Bola fue el primero en bajarse y caminando hacia la puerta del ómnibus, antes de poner un pie en la acera se voltea y nos pregunta: “¿Caballeroooo, repetimos para el próximo menguante?”.





TERCER LUGAR:
RELATOS DE UN AFICIONADO
José René Rigal (Holguín)

Desafío en el Cañón  
Esa noche andaba con Feliciano por la vuelta del Cañón, en uno de esos fondos de tonalidades blanquecinas, que delatan al primer golpe de vista, la cercanía del bajo. Ya estaba alta la luna cuando salió. Fue un sonido intraducible. El pez emprendió una carrera desaforada. El carrete literalmente volaba, chocando con las bandas, la caseta, el motor y cuantas cosas encontraba a bordo. Había picado uno de los grandes, y en un nailon sensiblemente fino, aunque dotado de la extensión suficiente como para que no se agotara en la estampida. Sucede que los peces no preguntan por el diámetro del cordel para abalanzarse sobre la carnada. Llegan, se tragan lo primero que encuentran y se mandan a correr como vendavales. Solamente un pescador experimentado, puede manejar una situación tan compleja, sin que el nailon colapse.
Cuando el pez terminó la corrida, se iniciaba un singular desafío por la supervivencia.       Desde el primer instante imaginé quién era el contendiente. El olfato y la práctica lo ponían de manifiesto. Se lo comuniqué a Feliciano, dejándole entrever que sería una batalla larga y muy difícil de ganar. Un cabeceo lento y pesado, denotaba  la presencia de un pez colosal. Dueño de la situación, consentía que lo acercaran para luego alejarse cuanto quería. Por mi parte nada podía hacer. Con un nailon tan incompetente, obligarlo a mis maneras, era impensable. Mi única oportunidad residía en la espera. A la larga, si no se soltaba, la fatiga sería su principal victimario.      
Conocedor de lo que me esperaba, comencé a trabajarlo por el carrete con las manos en alto, para evitar consecuencias. A Feliciano lo mandé a guarecerse debajo del cuartelito a fin de hacer espacio y moverme con libertad por toda la barca. Después de más de una hora de intenso batallar, los músculos apenas respondían y los brazos me pesaban una eternidad. Soltar y volver a recoger, y repetir esa misma operación cientos de veces, era una tarea agónica. Opté por pedir ayuda a Feliciano y me respondió con un  grito que aún retumba en mi memoria:
― ¡Tú estás loco, yo no le pongo la mano a ese nailon ni muerto!
Dicen que cuando el nailon cambia de mano, el peje siempre se suelta. Se trata de un mito enraizado en el subconsciente de todo pescador, y Feliciano no quería verse envuelto en ese martirio. Sin otra opción, tuve que continuar valiéndome de mis escasas energías. Al cabo de otra larga hora, noté que comenzaba a ofrecer síntomas de cansancio. Había perdido tanta fuerza que aceptó que lo acercaran un poco. A veces subía a la superficie y luego volvía al fondo, repitiendo ese ritual a intervalos. Cada vez que se alejaba, su recorrido era más lento y menos distante. El conteo regresivo había comenzado. 
En ese momento puso en práctica una estrategia conocida: comenzó a moverse en círculos alrededor de la chalana, los que fueron cerrándose en la misma medida en que cobraba cordel. Varias veces tuve que acudir a la proa a pasar el carrete por debajo de las sogas, debido a que un nailon tan débil, en una situación como aquella, no podía tener contacto ni con el aire. Para evitar contratiempos, ordené a Feliciano recoger todos los cordeles. Los recogió con la rapidez de uno por segundo y se introdujo de nuevo en su guarida. Con la ayuda de la luna, hubo un giro en que pasó tan cerca, que lo vi en todo su esplendor. Acababa de reafirmar mi vaticinio, era un pez tan sumamente hermoso, que parecía obra de la imaginación. 
Había llegado la parte más difícil: tratar de ponerlo al alcance del bichero. Generalmente cuando descubren la presencia del hombre, hacen un último esfuerzo por escapar y en el mayor de los casos lo logran, máxime cuando se trata de un combate tan desigual.  
Pensando en eso comencé a temblar, en tanto el sudor me corría de la cabeza a los pies. Miré con el rabillo del ojo y vi a Feliciano salir de la cueva con el bichero en ristre. En eso emergió lenta y hermosa como la luna, y me ofreció el costado exánime. Realmente era un espectáculo conmovedor. Jamás había visto cosa igual. Fue entonces cuando en realidad se me aflojaron las piernas. Estaba flácido, a punto de caer de rodillas. Solo atiné a gritar a Feliciano:
― ¡Bicheréala!
El bichero era grande y tenía la punta afilada a la manera del mejor anzuelo. Con agilidad de felino la pegó por el pecho. Yo tomé el bichero y él le introdujo una mano por la agalla. Entre los dos la echamos a bordo. Acabábamos de capturar la cubera más grande que he visto hasta hoy.   

Metamorfosis
Esta vez andaba solo. Inicié pegado al rompiente. Más tarde me dirigí a los abrojales. En todas partes la pesca había sido nada. No recuerdo haber hecho algo fuera de lo normal. Tenía buena carnada. La Luna andaba en su cuarto menguante, donde la picada, por lo general, es buena. Fue uno de esos días donde la razón se traduce en lo inexplicable.      
Por la madrugada me aproximé al corso. Pensé que ese pudiera ser el último reducto.   En otras ocasiones había obtenido buenos resultados. Los peces, aunque no estén hambrientos, cuando presienten el amanecer, de retorno a su lugar de origen, engullen todo lo que encuentran. Había lanzado uno de los cordeles por la banda de babor rumbo al arrecife, encarnado con una banda de cherna. Después de una hora de impaciente espera lo sentí estirarse y el carrete hizo un pequeño giro a bordo. Enseguida monté en guardia. Alguien lo llevaba a cuesta. Sin más esperar le di el tironazo. Solo sentí un gran peso en el cordel por toda respuesta. Quien era se dejó atraer sin oponer resistencia. Más bien parecía como si se acercara por sus propios medios. Cuando llegó al costado alumbré. Cerca del fondo un enorme tiburón gata meneaba el rabo con movimientos lentos y acompasados. Al verlo perdí los estribos. Me dieron ganas de picar el cordel y dejar que se largara al infierno. Después de no haber pescado nada en toda la noche, era irrazonable ponerme a luchar con semejante bicho. Sería ese el remate de mi pérdida de tiempo. Dos razones me asistían: su excesiva corpulencia y el escaso valor de su carne. Subirla a bordo era impensable. No dudo que andaba por las trescientas libras.
Para no verme obligado a cortar el nailon decidí esperar el día. Con luz se toman mejores decisiones. Trataría de ponerle un lazo y remolcarla hasta el embarcadero. Solté unos cien metros de cordel esperanzado en que se retirara del entorno. Alumbré, y la vi alejarse de malas ganas en dirección al rompiente. Hice firme el nailon en uno de los toletes y me tiré a dormitar. Los demás cordeles quedaron al acecho.   
Al rato me despertó una fuerte explosión a bordo. El carrete, el mismo que tenía la gata, había salido disparado y volaba desaforadamente por toda la embarcación. El nailon se desplazaba con tanta rapidez que las manos se recalentaban como brasas. ¿Qué habrá sucedido con la gata? ¿Cuál fue la causa que la hizo emprender tan despiadada carrera? De antemano sabía que los tiburones gatas se caracterizan por su lentitud, sea cual fuere su corpulencia. Esas y otras interrogantes pasaban por mi mente como relámpagos. Cuando terminó la carrera, inicié la recogida, pero lo hice de malas ganas. Con rabia. Ahora era yo quien quería que el cordel reventara, para librarme de una vez por todas de aquel animal. Tras varios minutos de intenso forcejeo, llegó al costado moribunda. Cogí la maceta decidido a enfrentarme con el más imbécil de todos los tiburones. Sin embargo, había sucedido lo increible. ¡Lo que antes era una inofensiva gata, apareció convertida en una impresionante cubera! Tuve que restablecerme de la emoción antes de ponerle el bichero y echarla a bordo. 
Al momento de sacarle el anzuelo, noté que venía atrapada por la garganta, y junto a él una pequeña porción de la banda de cherna. El enigma quedaba resuelto: la gata se había soltado y la cubera se tragó los restos de carnada que quedaban en el anzuelo. En el embarcadero hice la anécdota a los presentes y nadie me creyó. Pienso que no tuviera razones para mentir acerca del modo tan original de capturar una cubera. Al menos la presencia del pez justificaba el hecho.  

Capítulo dantesco
Dotado de mayor oficio y ciertas ventajas en el avituallamiento, emprendí una nueva carrera al abrigo de La Esperanza. El bajo se tornaba cada vez más cotidiano y mi familiaridad con el mar iba en aumento.   
Ese día la jornada comenzó con la buena fortuna. Minutos antes de zarpar, una lisa de regular tamaño saltó a bordo cuando trataba de escapar, ante el ataque de una barracuda. «Buen regalo para una especial carnada » pensé.  
A medida que ganaba en confianza me iba acercando más al rompiente. En esta ocasión elegí un lugar cuyo fondo mostraba cierta palidez, a causa del escaso cebadal. Era una zona, hasta el momento, desconocida para mí. Más tarde supe que había estado en las cercanías de un quebrado, angosto y profundo, que llamaban Quebrado Viejo.  
Antes de fondear, encarné uno de los cordeles más gruesos con la lisa que la suerte me había obsequiado, y la tiré por la proa mientras la embarcación se desplazaba a merced del viento. Después de alejarme lo suficiente de la trampa, eché anclas. Lo concebí con toda intención, atendiendo a la posibilidad de que pudiera picar algún pez de los grandes, quizás una cubera, quienes por lo general acceden al bajo al oscurecer. A continuación tendí el resto de los cordeles y me senté a esperar.       
Con la puesta del sol, noté que el cordel, el mismo que tenía la lisa, comenzó a salir lentamente. Lo tomé en la mano, dejé que caminara un poco y le di el tironazo. Quien era continuó su rumbo inalterable como si nadie lo hubiera molestado. Hice esfuerzos una y otra vez tratando de aguantarlo, pero no pude. Había picado alguien sumamente grande y con una fuerza colosal. Cuando había sacado un centenar de metros, sentí que de pronto, el nailon quedó libre. Pensé que se había soltado y comencé a recoger lentamente.  Solo faltaban unos pocos metros para terminar, cuando de súbito, una gran masa emergió cerca de la embarcación, emitiendo un bufido áspero, semejante al de un toro airado. Primero surgió la cabeza, luego el dorso con la aleta característica y seguidamente un rabo largo y cartilaginoso. Era indudable, estaba en presencia de un espantoso tiburón. Había sucedido lo que muchos tienen por costumbre: cuando se sienten atrapados retroceden dispuestos a defenderse de sus captores.
El más temible de todos los peces, más que un incendio o un huracán, iniciaba una dura batalla, donde el vivir representaba el fin de su adversario. Lo primero que sentí fue una intensa sensación de miedo y comencé a temblar. 
Sin saber qué hacer ante una situación tan compleja, solo atiné a soltar algunos metros de cordel, tratando de que se alejara un tanto de la chalana, a fin de ganar tiempo y pensar. Luego afirmé el nailon a uno de los toletes convencido de que lo reventaría, y una vez  libre, se marchara. A continuación me senté en el banco del medio a esperar. 
En segundos sentí que el nailon comenzó a estirarse y a crujir. Crujió por unos instantes y dejó de sonar. Supuse que la bestia lo había reventado y andaba lejos. El ambiente quedó en un extraño suspenso, hasta que de pronto emergió justo al lado de la embarcación, apoyó la cabeza en el saltillo y su boca abierta estuvo a escasos centímetros de mi hombro izquierdo. Del susto me lancé debajo del banco y acostado comencé a temblar como una zaranda. Indudablemente me había visto entre penumbras, y ahora pretendía devorarme también. Varios temores pasaron por mi mente. Uno de ellos, que el animal estuviera al acecho esperando ver mi silueta para atacarme de nuevo.
De repente, una fuerte arremetida casi destroza el costado de estribor. Ahora, colérico, la había emprendido a cabezazos contra la chalana. Tras un breve silencio volvió a embestir, esta vez con mayor potencia.  Luego otra y otra vez, hasta que cesaron. Atónito de miedo, palpé las partes de la chalana al alcance de mis manos, tratando de descubrir alguna posible vía de agua. Volví a respirar cuando sentí que todo estaba en orden.
Al cabo de una efímera calma volvió a emerger, en esta ocasión más decidido, y casi introduce la cabeza en el interior de la barca. Sin duda me buscaba. Quizás había sentido los latidos de mi corazón que golpeaba contra el  fondo. A continuación, en un aparente estado de frenesí, la emprendió a mordidas contra el casco. Dicen que esos animales cuando se enojan, son feroces. Sentía las mordidas en la unión del fondo con las bandas y escuchaba el crujir de la madera al ser destrozada por varias hileras de afilados y  poderosos dientes. Pensé muy en serio en la posibilidad de que le zafara alguna tabla a una vieja y destartalada chalana, y de ahí la certeza de que terminaría en su vientre hecho pedazos. Tenía que tomar una decisión y rápido. Me dieron ganas de llamar, de gritar, de pedir auxilio, pero ¿a quién?
Con un nudo en la garganta, y sin otro atributo que el instinto de salvación, me puse en pie y decidido, caminé hacia la popa, tomé el cuchillo y de un tajo corté el nailon. De nuevo me tendí en el piso a la espera de la siguiente andanada de mordiscos.  En esa posición me mantuve por espacio de otra larga hora. Un profundo silencio indicaba que la bestia se había marchado. Me incorporé, aún medroso, e inicié la recogida del resto de los cordeles.
Cuando terminé algo novedoso llamó mi atención. Ahora me encontraba más próximo al rompiente, lejos del sitio donde me había fondeado en un principio. Eso dio pie a una conclusión: toda vez que el tiburón tiraba del nailon, este no se rompía, porque las anclas se desplazaban por un fondo sumamente compacto y limpio de impedimentos. De haber continuado por más tiempo, me hubiera arrastrado al mar abierto.
Ya abandonaba la zona, cuando recordé que en la jaba tenía una linterna capaz de alumbrar el mar como un sol. También me llegó a la mente que en la caja guardaba una maceta, con la que de un solo trastazo en la cabeza, hubiera terminado con la existencia de cualquier envalentonado tiburón.
Al correrse la noticia, los demás pescadores consideraron que el atacante había sido una tintorera, que acostumbran a entrar y salir por los quebrados al anochecer. A partir de ese episodio jamás volví a pescar por los alrededores de Quebrado Viejo. Un barco de la cooperativa atraído por la noticia tendió una red multifilamento en el centro del quebrado. A la mañana siguiente estaba envuelta como un habano. Aún llevaba el trozo de nailon en la boca y el anzuelo en la garganta.
El incidente me hizo varar la embarcación para apreciar los daños. En la unión de las bandas con el fondo se podían ver los mordiscos y las tablas despedazadas por diferentes lugares. Un  poco más y hubiera generado una vía de agua.





Glosario de términos relacionados con la pesca marítima.
(Por orden de aparición)
Abrojal: Formación coralina incipiente a escasa profundidad. También se emplean indistintamente los términos ramajales o ramajiales, refiriéndose a formaciones donde predominan gorgonáceas como los abanicos de mar.

Corso: espacio relativamente hondo entre el arrecife y el bajo.

Bicherear: acción de atrapar el pez con el bichero.

Cebadal: Vegetación marina. Con mucha más frecuencia se emplea seibadal, que es la formación vegetal de los fondos marinos colonizados por la especie Thalassia testudinum, una fanerógama marina, definidas como: “Plantas superiores, con raíz, tallo, hojas y flores. Se les conoce también como angiospermas. Son confundidas con las algas. La mayoría forman praderas marinas”  [ECURED]. De modo que no es un alga).

Quebrado: pasa o canal a través del arrecife de coral.

Maceta: Madero para golpear los peces, también conocido como porriño. Según LA PESCA EN CUBA [246], “maceta” es “mallete de madera para calafatear”, mientras “porriño” [251] lo define como “mazo de madera algo pesado para matar animales marinos grandes”.

Tintorera: nombre peculiar con que se conoce al tiburón tigre.





MENCIÓN:
CARLOS PALOMETA.
Rafael Bauzá Diez (Gibara, Holguin)

Sentado sobre el escalón de la Farmacia de Gibara, una pequeña y pintoresca villa  de pescadores en la costa Norte del Oriente de Cuba  procura entre sus manos temblorosas encender un pedazo de tabaco que del manoseo ya  ha perdido su brillo.
Tal vez sea ese el  único lujo que se pueda dar en el día, luego de caminar calles  y más calles  bajo el ardiente sol de Agosto, repartiendo a todos su pregón de supervivencia: La miel, la miel.
Desde hace algún tiempo, sus piernas arqueadas y sus manos débiles, le han privado de la gloria de antaño, A el sólo le quedan los recuerdos y remembranzas de los tiempos idos.
Sus ropas raídas y el  saco de yute vacío, torcido en el extremo superior, que descansa a su lado, delatan al hombre pobre, lleno de carencias materiales que aún se mantiene luchando por la vida. Sus ojos vividos y su atenta expresión esconden al héroe.
Lo veo de lado cuando voy a la cafetería que queda en el costado de la Farmacia a tomar un café, para encender el no-se-ya-cuantos cigarrillo del día y su odisea, con aquel pedazo de tabaco estrujado y su húmeda caja de fósforos, solidarizan al fumador. Me asalta  la idea de regalarle uno nuevecito  escogido por mí. Un impulso desconocido me atrae hacia ese viejecito de casi 90 años, pescador de fama en la Villa. Cruzo la calle y….
― Carlos, mire, le traigo un tabaco.
Me mira de arriba a abajo, algo sorprendido y lo acepta rápidamente. Lo guarda en el bolsillo superior de la camisa y dice.
― Este  pa’ por la noche…
― Enciéndelo ahora Carlos, yo te traigo otro.
― No, no, gracias, aquí yo traigo un pedazo mío.
― ¿Y qué? ¿Ya vendiste la Miel?
― Solo me queda una botellita aquí, pero hace mucho sol, me voy pa´ la casa.
― Hace una buena calma Carlos, no corre ni gota de brisa
― Si, buena calma.
― Y la marea está seca, mire la luna arriba, es menguante.
― Ahí arriba todavía no esta seca., seca, debe pasarse un poquito del medio del cielo.-
― ¿Y usted pesca? ― La pregunta ingenua, sonsacando.
― Yo pescaba hace cuatro o cinco años, pero ya no.
― Y eso que pasa, ya no te gusta pescar.
― No, es que la pesca que me gusta ya no la puedo hacer, …las piernas.
― ¡Ah! ¿Le duelen las piernas?
― No, no me duelen, es que ya no tengo fuerzas para andar por la explaná.
― ¿Y usted pescaba por la explanada?
― Sí, la verdad que hacía buenas pescas.
― ¿A cordel, no?
― No, no, nunca me gustó el cordel, yo pescaba con mi vara.
La vara es un arte de pesca utilizado generalmente por campesinos de la costa y otros pescadores de orilla en Gibara. Consiste en una vara larga de madera, flexible y fina,  de mas o menos cuatro o  cinco metros de longitud, la cual se enrolla en su parte media superior con un hilo de seda fuerte que termina en una gasa en el extremo de la que pende un alambre de acero fino y resistente, al final del alambre que es ligeramente mas corto que la vara se coloca un anzuelo reforzado.
La pesca con ese arte, que por ser de bajo costo y poca complicación  es utilizado generalmente por la gente mas humilde, se hace desde la orilla, sobre la línea de la costa y tiene su secreto en que algunos  peces grandes y muchos medianos y pequeños, a veces buscan en la misma orilla , el alimento fácil, cangrejitos, pulpitos, erizos y toda la fauna marina que habita en la roca y los cercanos arrecifes de la costa.
― Ven acá, Carlos,  ¿y se coge algo con eso?
― Que si se coge, yo hacia pescas de más de medio saco de pejes.
― ¿Si? ― le digo sorprendido ―, ¿y donde hay tantos peces?
― En la costa, ahí en la ensenada de la Canoa, y después de Punta Rasa, todo por ahí pa’llá  hasta llegar a Caletones.
La bahía de Gibara es una Bahía de bolsa, fue el segundo punto de arribo a Cuba del Almirante Cristóbal Colón en su viaje  descubridor de América, después de la cercana Bahía de Bariay ,  ahí en esa zona conoció a los naturales aborígenes , intercambió con ellos y vio por primera vez el tabaco.. A esa zona la bautizó como Río de Mares por la forma en que los actualmente llamados Río Gibara y Cacoyoguin  desembocan en un amplio estuario.
También describió un promontorio que domina la dársena de la Bahía, el cual recomendó para hacer una fortificaron militar que protegiera el comercio  y la navegación. Gracias a que lo escuchó años más tarde Francisco García Holguín, Gobernador de la zona de Holguín, es que hoy existe La Villa de Gibara. Monumento Nacional de Cuba.
Esa bahía comienza por el Oeste  en una punta llamada  Punta Rasa, donde hoy se asienta  un Faro de ayuda a la navegación , el  mar es abierto y forma una Ensenada , que es batida por el oleaje que provocan los vientos del Anticiclón del Atlántico,
El continuo batir  ha creado una zona abrupta de rocas cársicas  de agudas puntas, llamadas comúnmente Dientes de Perro. Pero más a la orilla, la erosión de la ola hace romas esas puntas y en la línea del mar se ha creado una explanada de mas o menos dos metros de ancho, cubierta de algas y otras plantas marinas, que la pleamar mantiene sumergida , pero la bajamar descubre. Por ese camino, cuando no hay oleaje, se puede caminar, y acceder a la caída vertical al agua. Es una zona rica en vida marina y la aprovechan los naturales para pescar, solo cuando hay mucha calma y la marea está seca.
― ¿Pero chiquitos los peces, Carlos?
― Bueno algunos grandes también, y bien grandes.
― ¿De diez libras?
― Yo cogí una palometa de veintidós libras.
― ¿Veintidós que?
― Veintidós libras mijo.
― ¿Y no te revolcó?
― Bueno, quiso revolcarme, pero no me dejé.
― ¿Pero aguantó la vara?
― Yo hice una vara de Yaya, no era muy larga, pero gordita, le puse una alambrá de  siquillama que me regaló Velette el patrón de la Natacha, era de los palangres de coger agujas y la destejí y le puse solo dos pelos trenzados pa´ que pescara..
― ¿Y el anzuelo?
― Un anzuelito reforzado del ocho. Me lo hizo Adrián, un muchacho del Guirito, con un pedacito de alambre de aro.
― Y me va a contar como fue eso.
― Sí, yo cogía la guagua de Caletones por la tarde, salía a las cuatro más o menos y me quedaba en Los Cocos. Allí iba a casa de un pariente mió y por la noche me metía en los montes de los  Uverales a coger maqueyes  pa’ la carná.
― ¿Y a qué hora salías a la costa?
― A las tres de la mañana hay tremenda picá, pero hay que cuadrar la luna y la marea, no puede estar muy grande la luna y la marea debe estar secando. Ah y el mar debe estar como un plato. Ah, debes llevar una caneca pa alumbrarte
Ese día yo  fui y el mar tenía su picaito, pero me arriesgué, porque andaba con unas alpargatas de lona y suela de gomas de camión que se aguantaban bien en la piedra.
― ¿Y?
― Yo venía caminando por la explaná desde  las Covachas tirando pa´ Gibara, a donde pensaba llegar sobre las ocho de la mañana, ya había cogido unos buenos roncos cangrínados, dos cabrillas, unos cajisotes y una tremenda chopa como de seis libras.
“Esa chopa me halaba tirando pa’ Caletones pero la pude subir., la dominé rápido.
“Ya casi me iba por que se cayó la pica y me quedé un rato esperando y caminé  un poco palante, pero se  me pegó el anzuelo y me puse bravo y le dí un tirón pa’rriba y medio que se enderezó un poquito., entonces, cogí con el cabo del cuchillo y le di en la puntita contra  una piedra y ná seguí caminando pa’ Gibara por toda la explaná, pensando si seguir pa’lante o salía pa’la carretera ya. Eran como las seis y media de la mañana y la bola roja de sol asomaba por el horizonte por arriba del Astillero del otro la’o de la bahía. En el mar se hacía un reflejo que me tenía medio ciego,
“Se empezó a levantar una brisita y el mar que estaba un poco picaito se empezó a revolver más todavía.
Las olas subían por la explaná y me estaban bañando las rodillas y cogí miedo que me llevaran el saco de los pescaos, pero me quedaba un poco de  carná y tenía ganas de seguir pescando.
“Entonces veo un altico entre dos piedras planas que se metían dentro del mar y todavía se podía subir uno arriba de ellas, a eso es lo que le dicen la Piedrona y es un buen pesquero y dejé el saco afuera, en una posa seca del arrecife y bajé a la explaná  y me metí adentro del agua sobre la piedrona. Se me ocurrió meterle un maquey entero sin sacarle las patas, como estaba vivo todavía movía las paticas y las muelas en el anzuelo, eso llama a los peces grandes, porque los chiquitos le cogen miedo. El agua estaba verdecita y ya me estaba dando frío porque era Noviembre  y estaba a punto de entrar un Humón.
“Estaba medio entretenío cuando siento el tirón  pa’bajo, duro, durísimo, casi me sacó la vara de la mano, pero me afinqué  en la piedra y aguanté  firme.
“Entonces el alambre tiró pal costao buscando Caletones y era un tren jalando, y la vara se me obava y yo pensé que se partía y me acordé en ese momento que el anzuelo lo tenia que haber cambiao. Siempre pasa, el pescao más grande pica en el anzuelo más chivao, pero no , seguía aguantando, me viró  la alambrá  pa’l  otro lao y  chillaba al cortar el agua, pa un lao y pa’l otro y yo aguantando. Las manos me dolían, resbalé un poquito,  pero doblé la rodilla sobre la piedra y me pude enderezar, afincando las alpargatas en huequito de la piedra y el bicho jalaba lo mismo pa’bajo que pa’ los costaos, menos mal que no me jaló por derecho, sino, no aguanta ni la alambrá ni el anzuelo, y así me pasé tremendo rato, y yo esperando que se cansara y ya el que se estaba cansando era yo, tenia las manos acalambrás y aquel bicho , como si ná , en ese lio me viro un poquito de costao y veo que el viene pa’rriba de mí y le doy un jalón mas duro y la subo pa’rriba de la piedra y me tiré pa’tras y la acabé de subir y era un cosa plateada, grande muy grande, entonces la jalé mas pa’rriba y dije ya es mía, le fui pa’rriba le metí la mano en la agalla y arrastrándola la subí un poco más, enredaos peje, alambre y la vara suelta por un lao.
“Cuando la tenía arriba la pude mirar bien, era una palometa, me llegaba más pa’rriba de las rodillas,  el corazón me quería explotar  me senté un rato en un hueco de la piedra del diente de perro a respirar.
Cuando la tenía arriba la pude mirar bien, era una palometa, me llegaba más pa’rriba de las rodillas,  el corazón me quería explotar  me senté un rato en un hueco de la piedra del diente de perro a respirar.”
― ¿Pudiste con todos los pescaos?
― Traía como cuarenta libras, pero la palometa no me cabia en el saco, le pase una soguita por la agalla y salí pa la carretera, ya eran como las siete y media.
“Me quedaban como cuatro kilómetros pa llegar a Gibara e iba despacito por la carretera cuando me para un carro de turismo, iba una mujer rubia manejando, una extranjera. Con ella iba un muchacho mulato. Me preguntaron si yo vendía el pescao, pero le dije que no.
“Siguieron palante, pero al poquito rato pararon y viraron pa tras, y me dijeron que si iba muy lejos. Yo le dije que pa Gibara, y me dijeron que montara.
“Yo no quería montar porque estaba mojao, sucio y con peste a pescao pero, ellos insistieron y estaba cansao. Me monté y en un ratico ya estaba en el Guirito que es donde yo vivo. Le di las gracias y cuando me bajé  to el mundo fue pa´rriba de mí a ver el pescao.
“Unos decían que pesaba veinte libras otro que treinta. La gente del carro se quedaron allí entonces yo le dije que si la pesaba, se la vendía,
“Me preguntaron que donde la podíamos pesar y uno dijo que en la tienda de víveres con Juan José el dependiente, que es enfermo a la pesca. Nos montamos y fuimos a la tienda, cuando Juan José la vió, se volvió loco y enseguida la pesó. Eran veintidós libras exactas. Entonces le dije a la mujer que era a cinco pesos la libra y me dieron diez dólares, le dije que no tenia vuelto y me dijeron que lo dejara. Así, contentos, se montaron en el carro y  se fueron pa´ Holguín.
“Como era temprano la vieron poca gente, pero Juan José el dependiente si sabe lo que pesó.. Ahora algunos no me creen, pero yo nunca digo mentiras.
― Que vá Carlos si Gibara entera sabe el cuento de la Palometa, yo también lo había escuchado,  pero quería oírlo contar del protagonista. Gracias Carlos por contarme.
― De nada mijo.
― A lo mejor escribo algo sobre esto.
― ¿De verdad?
― ¿Puedo?
― Bueno, sí.








MENCIÓN:
PESCA DEL CORONADO
Lorenzo Espinosa (La Habana)

Esta jornada la empiezo como casi cualquier otra con el ruido de un despertador a las 2:00 de la mañana y un tirón de la cama como si el mar se me fuera a escapar si me demoro un poco. Luego de tirarme un poco de agua en la cara y tomar un poco de café, salgo al patio de mi casa donde avisto en el firmamento la luna llena del mes de Marzo, quien pone la noche como si fuera de día. Ya tengo lista la mochila con avíos y anzuelos, siempre más de los necesarios por si alguna otra especie aparece de improviso Algo así “como si fuera a pescar todo el mar de un solo golpe”.
Mochila al hombro, monto mi pequeño bote de poli espuma sobre las ruedas que me ayudan a transportarlo, tres cuadras abajo hasta el muro del capitalino hotel Comodoro en el municipio Playa, donde recojo uno o dos sacos de piedras grandes según las calas que vaya a tirar.
Luego de hacer los ajustes de última hora, y poner cada carrete (yoyo) en su lugar correspondiente, finalmente echo el corcho al agua y me siento en la parte de atrás con las patas de rana puestas y los pies en el agua. Ya desde ahí mismo tirando las dos poteras con forma de camarón para el calamar. Ya que no va a ser la primera vez que de la misma orilla se pegue uno con su desesperado alón y su buen chorro de tinta.
Parte de lo que queda de la noche se la dedico a buscar el escurridizo chipirón costa arriba y costa abajo sondeando aguas someras, en distancias que van desde la playita de 110 hasta el acuario Nacional. Con los pies que no se sienten, entre el frío el cansancio y las ligas de las patas de rana, siempre es bienvenida la emoción que causa el toque de un calamar en la potera, a lo que sigue la rápida recogida del sedal como una respuesta casi automática evitando que se desenganche  la preciada captura.
Ya con cuatro o cinco calamares que mantengo en el vivero de mi bote preparo el chumbo (montaje de dos o más anzuelos  en una línea con el plomo abajo) para coger algún que otro bichito para montar en la cala.
Poco antes de los claros del amanecer ya con los pies fuera del agua y habiéndome librado del cariñoso abrazo de las patas de rana, apunto la proa mar adentro y comienzo a remar dejando en cada brazada un pedazo de la fuerza que me va quedando  hasta que diviso ya casi impaciente la marca que indica que ya estoy  encima del descantilado, como se le dice aquí al lugar donde abruptamente el fondo va de 60 o 70 brazas hasta las 120 o 140.
Ahí empiezan los preparativos de última hora como colocar indistintamente bichos (roncos y carajuelos) y calamares en los respectivos anzuelos # 12 y amarrando en el quita vueltas de abajo de la cala un fusilazo (sedal más fino con nudos, para que parta con menos presión)  al saco de piedras, que pongo con cuidado en el agua previendo que no se enreden con nada los anzuelos con la carnada que le preceden. Después de soltar nilón hasta que el saco llegue al lejano fondo amarro una boya con una simple gasa para que sea fácil de zafar en caso que salga algo, y le doy  cuatro o cinco brazas para amarrar el bote. Solo ahí me puedo tomar un descanso en la lucha contra la devastadora corriente que se levanta en esa parte del litoral. Descanso no muy largo antes de encarnar y soltar los avíos para la pesca al vivo, con algún calamar chiquito que me quede en el vivero o algún jiniguano.
Y ahora sí. Recostar la espalda sobre el poli espuma del bote trae esa sensación de que el alma vuelve a entrar en tu cansado cuerpo. 
Siempre  atento a las marcas de la orilla fijándome por las edificaciones, para saber si no me muevo del lugar, y alerta ante el sonido de un carrete en su estrodo (tubitos en los laterales del bote),  se puede tirar algún que otro pestañazo ya con el sol acariciándote la piel. Y viendo a unos 100 metros más a la orilla a los pescadores de sobacos en su faena cotidiana.
Es ahí sobre las 10:30 cuando me doy cuenta que me estoy moviendo del  lugar. Cuando el  sobresalto seguido de la explosión de adrenalina que solo los pescadores  conocemos, se combinan con la calma y la experiencia y compruebo que la boya está marcando, acostada fuera del agua casi completa, porque el fusilazo del saco que la mantenía vertical se partió, me pongo las pates de rana y comienzo a buscar un poco más de profundidad, para que el pescado no se enlaje o no me roce el nilón con el borde del canto y lo vaya a perder.  Solo ahí con una rapidez extrema recojo todos los demás avíos que tengo en el agua para que no molesten o se enreden, poniendo en su lugar el bichero amarrado con una cuerda al lado mío y el cuchillo al otro lado.
Solo ahí empieza la lucha directa hombre versus pez. Con cuidado desamarro el nilón del estrobo, le zafo la boya y comienzo a trabajar al pez que se niega rotundamente a ser pescado. Con fuertes tirones y sacudidas como si tuviera al mismísimo diablo enganchado del anzuelo,  voy recogiendo y soltando según pida el susodicho. Una vez lejos del fondo empiezo a patear hacia la orilla tratando de alejarme de un inminente ataque de tiburones, que pueden dejarte sin captura en un abrir y cerrar de ojos.  Esperando el mínimo chance para recoger dos o tres vueltas en el carrete antes de soltar dos o tres más, se va notando como va perdiendo potencia en cada arrancada, quien ya casi se rinde ante una apremiante derrota.
Habiendo avistado al ejemplar y comprobando que no se trate de un bien conocido e inigualable escualo, me preparo bichero en mano para la estocada final, subiendo a bordo tan preciado trofeo.
Luego solo queda remar hacia la orilla, donde los pescadores de costa escaman el pescado con la vista y te comen a preguntas como si de una entrevista se tratase.
Esta vez se trata del Coronado (Seriola Rivoliana) un botín digno de cualquier pescador de altura Tanto por su talla como por la larga lucha que ofrece a su captura.
Teniendo siempre en cuenta que es una especie con la que hay que tener sumo cuidado por la tendencia a la ciguatera. Su  corrida es entre marzo y abril, y corre mucho mejor cuando es luna llena aunque no come de noche solo durante el día entre las 7:00 am y las 11:00 am.
Aunque casi siempre pesco solo, si alguno se embulla no dude en comunicarse.

 



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