21 julio 2018

Vale más biajaiba en mano
Por Moisés Mayán
Todavía no amanece y Carlos ya está al volante de su viejo Chevrolet azul. Un típico almendrón, aunque su ruta diaria no incluya el Parque de la Fraternidad, ni el conjunto urbanístico de La Habana Vieja. Su vida transcurre deslizándose sin sobrepasar los 60 kilómetros por hora, por esa recta que conecta la ciudad de Cárdenas y Varadero. Yo tampoco soy lo que se dice un turista convencionalˮ, Carlos lo nota de inmediato cuando le confieso mi interés en aparcar al pie del canal para hacerles algunas fotos a los pescadores de biajaibas.
El aire salobre me pega en la cara, mientras Carlos comenta sobre la última bandera que ondeó en el asta cerca del puerto: 20 metros de largo por 10 de ancho; se necesitó una grúa para llevarla al punto más alto del mástilˮ.  Un 19 de mayo de 1850, en el edificio conocido popularmente como La Dominica se izó la
que sería nuestra enseña nacional. Me había tomado fotos en esa esquina, frente al cartel que anuncia la reconstrucción del inmueble. El Chevrolet cruzó junto al cangrejo de hormigón, uno de los símbolos que reconocen de inmediato todos los cardenenses.

A veces los cangrejos tomaban literalmente las calles, casi como una procesión, y era impresionante verlos marchar de costado con sus tenazas alzadas. Ya no es tan común toparse con esa cantidad de cangrejos, y menos en la calleˮ, apunta Carlos, mientras me dice que él es de los pocos cardenenses que nunca ha pescado.
Nos damos cruce con ciclistas que portan a modo de extravagantes antenas, sus utensilios de pesca, cañas de spinning, varas telescópicas, y hasta bicheros. Ahora la procesión no es de cangrejos, sino de amantes de la pesca, en su gran mayoría aficionados que fantasean con imprimirle un matiz diferente a su domingo. En el aire se respira el aroma de los crustáceos podridos. Caparazones que van quedando entre las piedras de la orilla donde las aves acuáticas montan vigilancia. Es un olor muy agradable, por lo menos para mí.
El agua verduzca del canal fluye despacio bajo una película casi imperceptible de petróleo. Los improvisados pescadores disponen sus aparejos. Hay hombres curtidos por el sol del trópico, con los ojos alegres e invictos, como el viejo de Hemingway, pero hay también jóvenes, niños, y hasta mujeres que han cambiado la máquina de coser por los cordeles de monofilamento. La selección de las carnadas comprende un amplio espectro de pequeños peces donde no faltan sardinas, mojarras y lisetas.
Algunos se arriesgan a ubicarlas enteras el anzuelo, otros las cortan en varios pedazos. A este método de pesca lo llamamos en el Oriente de Cuba pata de gallinaˮ, o sea, la plomada instalada al finalizar la línea y cinco o diez centímetros más arriba un anzuelo mediano. Se busca que el cebo no se oculte entre los sedimentos del fondo, sino que permanezca a los ojos del curioso depredador. Los cordeles forman distendidas parábolas y debo levantarlos para cruzar bajo ellos haciendo malabares.
Hoy no he traído mis avíos. Soy sencillamente un espectador que cámara en mano espera para retratar el primer ejemplar del día. La biajaiba (Lutjanus synagris), de acuerdo a los criterios especializados de mi amigo Ismael León, es una especie de aparición masiva, que puede encontrarse cerca de la orilla, sobre fondos arenosos y fangosos, y ha sido objeto de capturas indiscriminadas debido a la calidad de su carne. Para estas precisiones echo mano a su libro Técnicas y peces del aficionado cubano (Editorial Científico-Técnica, 2013).
Cuando la primera caña se curva y cimbra el nylon entre las guías, apresto el obturador de mi cámara. Efectivamente ha llegado la biajaiba. Cinco minutos después en el extremo opuesto del canal capturan otra. Una señora tira de su yoyo y ahí está la tercera. La fiesta ha comenzado. En ausencia del pargo sanjuanero, otro miembro de la familia Lutjanidae se encarga de animar las jornadas pesqueras de los lugareños a partir del 24 de junio.
Solicito su consentimiento para hacerme una foto con la captura y acceden gustosos, son buenas personas estos cardenenses, sin otra ambición que zamparse un buen plato de biajaiba frita con arroz y frijoles en la última comida del día. El pez musculoso forcejea en mi mano y me cuido de las espinas de su aleta dorsal. La pesca no excede la decena de ejemplares por aficionado, pero para ellos está bien. Se han divertido, y llevan algo en su morral para compartir con la familia. Me preocupa esa mancha aceitosa con los colores del arcoíris flotando en la superficie.

A solo unos pocos metros del canal los inmensos colosos hoteleros del balneario se alzan imponentes. Carlos me espera recostado al capó del Chevrolet, pues quiere enseñarme algunas atracciones de Varadero, y sé que está pensando en la Casa Dupont o en La Marina, pero por hoy he tenido suficiente, estos hombres y mujeres sencillos que siguen reverenciando las aguas de la patria, son por mucho la auténtica riqueza de un país. 

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