CAMPAMENTOS
DE PESCA
Hace
más de veinte años tuvimos una conversación con el guía de pesca y turoperador italiano
Luciano Maragni en la oficina que tenía en el hotel Habana Libre la agencia de
viajes TES International. En todo ese tiempo, no hemos vuelto a encontrar a
ninguna persona, cubano o extranjero, que tuviera ideas tan precisas respecto
al turismo especializado, el que incluye básicamente la pesca deportiva entre
sus modalidades más demandadas.
Habrá
sin dudas opiniones diversas, costumbres personales que sustenten otras
expectativas, gustos. Una tienda de campaña ha sido en muchas ocasiones el
mejor alojamiento de todos los que personalmente ha conocido el autor en sus
pesquerías. De algún modo ha influido en ello las condiciones particulares del
país, donde a un período de escasa oferta de hospedaje sucedió el auge de la
hotelería turística, inalcanzable mucho tiempo para el viajero nacional por
reglamentación, y aun por nivel adquisitivo. La oferta de campismo, en
instalaciones de bajo costo ubicadas desde los ochenta en paisajes con frecuencia
inmediatos a áreas de pesca, no siempre han podido reservarse en el momento
apropiado de la temporada de pesca, o para el lugar apropiado, tomando en
cuenta que las reservaciones se llevan a cabo localmente, no para cualquier
lugar del territorio nacional, como es posible que haya ocurrido en alguna
etapa pasada; la agencia Cubamar, que gestiona esta variante de turismo en
Cuba, podría estar dispuesta a escuchar recomendaciones en este sentido. La
tienda de campaña, entretanto, ha permitido explorar a gusto áreas de pesca en
costas y embalses absolutamente distantes de sitios habitados.
Tal
vez lo que debería explicar es que la pesca deportiva cubana no ha contado con
un enfoque integral en la concepción de sus servicios turísticos. En sus
orígenes, primera mitad del siglo XX, el pescador foráneo solía llegar de Key
West o Miami en su propio yate o en el ferry, o venía en un vuelo procedente de
Nueva York, se alojaba en un hotel de La Habana y salía a pescar con Charles
Roca o Yordi Cunill el padre, desde el Almendares, el Jaimanitas o la bahía de
La Habana, o Tony Solar lo llevaba a pescar truchas a la Laguna de Ariguanabo.
Había un servicio de pesca marítima de avíos ligeros en Isla de Pinos, con un
barco que fungía de hospedaje y algunos botes que salían en la zona de pesca.

Habría
que mencionar que, mediada la pasada centuria, lo más adelantado en cuanto
a combinaciones turísticas para promover
los productos de pesca deportiva fue la
creación de un “buró de pesca” (Cuban Tourist Fishing Bureau) en el hotel
Presidente, sede asimismo de la filial cubana de la Asociación Internacional
para Récords de Pesca, denominación en castellano de la organización
International Game Fish Association, o sea la IGFA.
Probablemente
lo más cercano a un servicio completo lo organizaron en la bahía de Cabañas
Federico Lindner, luego asociado con Manuel Bell Gorgas, Blakamán, que recogían
al cliente en el aeropuerto de Rancho Boyeros, lo llevaban a Cabañas, sobre la
costa norte occidental de la Isla, y en una embarcación los conducía a Cayo Blanco
donde tenían una casa que les atendía una familia. La alimentación era resuelta
sin complicaciones, con los productos que producían los campesinos de la zona,
la carne que compraban a éstos o a la carnicería local y, sobre todo, con el
reciclado culinario de las capturas de agujas, dorados y pargos que hacían los
dueños y sus propios clientes. Con dos embarcaciones salían a la Corriente del
Golfo y todo ello funcionaba con la simplicidad y la eficiencia que aspiran a
alcanzar a los mejores productos del sector de los viajes y el entretenimiento.
El
vínculo entre hospedaje y servicio de pesca era inmediato. El significado de
esta caracterización se supone que haya sido vital para gestionar por años el
producto de pesca. En el caso de la pesca en el mar, los casos más relevantes
son Marina Hemingway y Marina Tarará, con alojamientos propios; no tanto el de
Cayo Largo del Sur, Varadero y otros sitios similares, donde el alojamiento es
estándar para un turismo mayoritario de sol y playa.
Campamentos
de pesca. Abusaría de la memoria si tratara de precisar dónde y respecto a cuál
lugar de pesca cubano se escuchó ese término, pero es sugerente. Sobre todo
porque así está caracterizado el servicio de algunos productos internacionales
sumamente rentables. No hotel, no motel, sino campamento de pesca: las
comodidades que el pescador requiere, las estructuras funcionales esenciales,
con mínimo impacto sobre el entorno, e inmediatas al área de pesca. Un mundo
único para el que viaja con el exclusivo propósito de pescar.
Es
posible que el turismo cubano tenga en estos días la expectativa de
diversificar su oferta. La pesca deportiva es un recurso obvio del carácter
natural más relevante del país: un archipiélago de costas de diversa topografía
y notable espejo de aguas interiores. Si la fiebre acuícola es capaz de
conceder credibilidad a las potencialidades turísticas, es posible que algunos
embalses queden para ejercer un turismo de pesca que aceptará a nacionales y
foráneos, a la par que crea empleos y genera riqueza en sitios donde no venga
mal una inyección de dinamismo económico. No menos puede decirse de los mares:
el afán de hacer una “zafra de sol” a partir de kilómetros y más kilómetros de
playas, que generó viales y comprometió delicados sistemas naturales, podría
compartirse con la identificación de reservas donde la pesca turística de
capturar y soltar demuestre que similares ingresos podrían alcanzarse con menos
que toneladas de pescado, con ningún pescado sacrificado y con la mínima
alteración del entorno terrestre. Hay sitios todavía donde es posible crear
nuevos desarrollos, no vamos a suplantar a nadie encargado por profesión o
cargo de identificar y proponer nuevos y mejores usos del recurso natural, pero
es de esperar que tampoco aquellos dejen la tarea en manos ajenas al país.
Cotos
de excelencia como la Laguna del Tesoro y La Redonda asocian hoy día sus
nombres a paseos en embarcaciones. Las cabañas de Laguna Grande estaban hace pocos
años al servicio de un público nada motivado por la naturaleza. Las
instalaciones de Maspotón y Virama desaparecieron. Los hoteles Hanabanilla y
Zaza se mantienen, pero su vínculo natural con los acuatorios de los que tomaron el nombre probablemente tendría
que ser energizado. El segundo de ellos está sin dudas más cerca del propósito,
siendo centro no solo de la pesca de la trucha, sino de sendos programas de
pesca de avíos ligeros para el sábalo y robalo en los ríos Zaza y Agabama, pero
la trucha merecería una actividad más intensa en todos los sentidos (estudios
ambientales, control de la especie, infraestructura, promoción...).
Campamentos
de pesca. Sí que es sugerente idea. Uno se lo está imaginando, con las
habitaciones frescas, de madera donde sea factible. Integrados a la vegetación
natural, con un mínimo de instalaciones, para los servicios imprescindibles y
la socialización que es parte de este deporte. Con pasillos de circulación
levantados sobre el terreno, como en la villa Las Brujas, al norte de Villa
Clara. Ubicados cerca del agua, incluso
en algunas costas donde la pesca sería
de orilla. ¿Por qué no? Un campamento de pesca
puede ser un cinco estrellas, si uno lo piensa como pescador.
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