16 junio 2014



CAMPAMENTOS DE PESCA


Hace más de veinte años tuvimos una conversación con el guía de pesca y turoperador italiano Luciano Maragni en la oficina que tenía en el hotel Habana Libre la agencia de viajes TES International. En todo ese tiempo, no hemos vuelto a encontrar a ninguna persona, cubano o extranjero, que tuviera ideas tan precisas respecto al turismo especializado, el que incluye básicamente la pesca deportiva entre sus modalidades más demandadas.
Uno de los aspectos que puntualizaba Maragni se refería al alojamiento: “Es inútil hacer un hotel en un lugar donde van los pescadores.  Son suficiente cabañas, porque los pescadores, como los cazadores, no salen para estar en un hotel, salen a pescar, o por cazar”. El confort que espera el aficionado a las actividades al aire libre, en vivo contacto con la vida silvestre, no se relaciona con el lujo. Una habitación limpia y muy bien ventilada; agua abundante para lavar los sudores y el duro calor de cada jornada, y alimentación que reconforte y restituya las energías consumidas. Es lo esencial. Haciendo memoria, el aspecto menos atendido en relación con el servicio que de modo específico requieren los pescadores, es el desayuno a la hora en que se debe partir hacia el agua. Pruebe a encontrar las cuatro o cinco de la mañana quien le sirva el necesario alimento de esa hora; a veces el refrigerio de la jornada de pesca debe ser resuelto la noche antes.
Habrá sin dudas opiniones diversas, costumbres personales que sustenten otras expectativas, gustos. Una tienda de campaña ha sido en muchas ocasiones el mejor alojamiento de todos los que personalmente ha conocido el autor en sus pesquerías. De algún modo ha influido en ello las condiciones particulares del país, donde a un período de escasa oferta de hospedaje sucedió el auge de la hotelería turística, inalcanzable mucho tiempo para el viajero nacional por reglamentación, y aun por nivel adquisitivo. La oferta de campismo, en instalaciones de bajo costo ubicadas desde los ochenta en paisajes con frecuencia inmediatos a áreas de pesca, no siempre han podido reservarse en el momento apropiado de la temporada de pesca, o para el lugar apropiado, tomando en cuenta que las reservaciones se llevan a cabo localmente, no para cualquier lugar del territorio nacional, como es posible que haya ocurrido en alguna etapa pasada; la agencia Cubamar, que gestiona esta variante de turismo en Cuba, podría estar dispuesta a escuchar recomendaciones en este sentido. La tienda de campaña, entretanto, ha permitido explorar a gusto áreas de pesca en costas y embalses absolutamente distantes de sitios habitados.
Tal vez lo que debería explicar es que la pesca deportiva cubana no ha contado con un enfoque integral en la concepción de sus servicios turísticos. En sus orígenes, primera mitad del siglo XX, el pescador foráneo solía llegar de Key West o Miami en su propio yate o en el ferry, o venía en un vuelo procedente de Nueva York, se alojaba en un hotel de La Habana y salía a pescar con Charles Roca o Yordi Cunill el padre, desde el Almendares, el Jaimanitas o la bahía de La Habana, o Tony Solar lo llevaba a pescar truchas a la Laguna de Ariguanabo. Había un servicio de pesca marítima de avíos ligeros en Isla de Pinos, con un barco que fungía de hospedaje y algunos botes que salían en la zona de pesca.
Los servicios de pesca funcionaban casi como empresas familiares y en ocasiones de un solo individuo, a partir de un barco y a veces sin ello, sino apelando al campesino o pescador artesanal de tierra adentro que tenía su chalupa y al que se le pagaban, cito “dos pesos y daban palanca todo el día”. El hotel estaba ahí, el restaurante allá, el auto de alquiler parqueado en la esquina, esperando, cuando no era el propio dueño del barco o el guía quien recogía al cliente y lo llevaba.
Habría que mencionar que, mediada la pasada centuria, lo más adelantado en cuanto a  combinaciones turísticas para promover los productos de pesca deportiva  fue la creación de un “buró de pesca” (Cuban Tourist Fishing Bureau) en el hotel Presidente, sede asimismo de la filial cubana de la Asociación Internacional para Récords de Pesca, denominación en castellano de la organización International Game Fish Association, o sea la IGFA.
Probablemente lo más cercano a un servicio completo lo organizaron en la bahía de Cabañas Federico Lindner, luego asociado con Manuel Bell Gorgas, Blakamán, que recogían al cliente en el aeropuerto de Rancho Boyeros, lo llevaban a Cabañas, sobre la costa norte occidental de la Isla, y en una embarcación los conducía a Cayo Blanco donde tenían una casa que les atendía una familia. La alimentación era resuelta sin complicaciones, con los productos que producían los campesinos de la zona, la carne que compraban a éstos o a la carnicería local y, sobre todo, con el reciclado culinario de las capturas de agujas, dorados y pargos que hacían los dueños y sus propios clientes. Con dos embarcaciones salían a la Corriente del Golfo y todo ello funcionaba con la simplicidad y la eficiencia que aspiran a alcanzar a los mejores productos del sector de los viajes y el entretenimiento.
¿Qué tal hoy? Ha habido casos en que el servicio de alojamiento ha estado dirigido con una intencionalidad al menos inicial, hacia determinados productos turísticos de pesca deportiva. Tal es el caso del centro turístico Guamá, en el relevante coto de lobinas boquigrandes –nuestra trucha- de la Laguna del Tesoro. Para la misma especie se desarrollaron sendos hoteles de más de un centenar de habitaciones en los embalses Hanabanilla y Zaza; el increíble coto truchero La Redonda, en Ciego de Ávila, contó por tiempos no tan remotos con La Casona de Morón como centro de actividades, y en otros tiempos con el hotel Morón; las cabañas de Laguna Grande en Pinar del Río, fueron en los ochenta el centro de las pesquerías del Cuyaguateje. Vinculados paralelamente a la caza, se crearon Maspotón, Virama y otros, con destacada oferta truchera.
El vínculo entre hospedaje y servicio de pesca era inmediato. El significado de esta caracterización se supone que haya sido vital para gestionar por años el producto de pesca. En el caso de la pesca en el mar, los casos más relevantes son Marina Hemingway y Marina Tarará, con alojamientos propios; no tanto el de Cayo Largo del Sur, Varadero y otros sitios similares, donde el alojamiento es estándar para un turismo mayoritario de sol y playa.
Campamentos de pesca. Abusaría de la memoria si tratara de precisar dónde y respecto a cuál lugar de pesca cubano se escuchó ese término, pero es sugerente. Sobre todo porque así está caracterizado el servicio de algunos productos internacionales sumamente rentables. No hotel, no motel, sino campamento de pesca: las comodidades que el pescador requiere, las estructuras funcionales esenciales, con mínimo impacto sobre el entorno, e inmediatas al área de pesca. Un mundo único para el que viaja con el exclusivo propósito de pescar.
Es posible que el turismo cubano tenga en estos días la expectativa de diversificar su oferta. La pesca deportiva es un recurso obvio del carácter natural más relevante del país: un archipiélago de costas de diversa topografía y notable espejo de aguas interiores. Si la fiebre acuícola es capaz de conceder credibilidad a las potencialidades turísticas, es posible que algunos embalses queden para ejercer un turismo de pesca que aceptará a nacionales y foráneos, a la par que crea empleos y genera riqueza en sitios donde no venga mal una inyección de dinamismo económico. No menos puede decirse de los mares: el afán de hacer una “zafra de sol” a partir de kilómetros y más kilómetros de playas, que generó viales y comprometió delicados sistemas naturales, podría compartirse con la identificación de reservas donde la pesca turística de capturar y soltar demuestre que similares ingresos podrían alcanzarse con menos que toneladas de pescado, con ningún pescado sacrificado y con la mínima alteración del entorno terrestre. Hay sitios todavía donde es posible crear nuevos desarrollos, no vamos a suplantar a nadie encargado por profesión o cargo de identificar y proponer nuevos y mejores usos del recurso natural, pero es de esperar que tampoco aquellos dejen la tarea en manos ajenas al país.
Cotos de excelencia como la Laguna del Tesoro y La Redonda asocian hoy día sus nombres a paseos en embarcaciones. Las cabañas de Laguna Grande estaban hace pocos años al servicio de un público nada motivado por la naturaleza. Las instalaciones de Maspotón y Virama desaparecieron. Los hoteles Hanabanilla y Zaza se mantienen, pero su vínculo natural con los acuatorios  de los que tomaron el nombre probablemente tendría que ser energizado. El segundo de ellos está sin dudas más cerca del propósito, siendo centro no solo de la pesca de la trucha, sino de sendos programas de pesca de avíos ligeros para el sábalo y robalo en los ríos Zaza y Agabama, pero la trucha merecería una actividad más intensa en todos los sentidos (estudios ambientales, control de la especie, infraestructura, promoción...).
Campamentos de pesca. Sí que es sugerente idea. Uno se lo está imaginando, con las habitaciones frescas, de madera donde sea factible. Integrados a la vegetación natural, con un mínimo de instalaciones, para los servicios imprescindibles y la socialización que es parte de este deporte. Con pasillos de circulación levantados sobre el terreno, como en la villa Las Brujas, al norte de Villa Clara. Ubicados  cerca del agua, incluso en algunas costas  donde la pesca sería de orilla. ¿Por qué no? Un campamento de pesca  puede ser un cinco estrellas, si uno lo piensa como pescador.

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