13 mayo 2015

LA HABANA NÁUTICA

“El Club Internacional, a la derecha, daba amparo en su muelle particular a varios yates de recreo, entre los que se destacaba uno de bandera norteamericana, muy lujoso, deslumbrante de pintura blanca, de pulida caoba y de bronces recién lustrados. Y en contraste con ese lujo, a diez pasos de su ostentoso lujo, los despintados mástiles y las bordas mugrientas de media docena de viveros y sucias toldillas de guadaños de redonda popa y ancha proa, que remedaban burdas góndolas venecianas”. (Enrique Serpa, La trampa, 1956). 

 “Llave del Golfo”, “Perla del Caribe”, “abierta a los cuatro vientos”, la sublime adjetivación de los redactores publicitarios del turismo cubano destaparía el humor sarcástico de la afición litoral, si algunos entre esa pléyade de crudos pescadores de orilla, balseros y surfistas de la calle Setenta, pudiera dedicarse a leer en internet lo que escriben aquellos sobre la náutica en Cuba.
Del cubano se ha dicho persistentemente que vivimos ―o hemos vivido, que para el caso es lo mismo― de espaldas al mar. Hay ciertamente mucha gente que se plantea la existencia con un sentido muy “continental”, ignorando por completo los 5 746 kilómetros de costas, con sus bahías, estuarios, litorales rocosos, además de las consabidas playas; dando por hecho que Cuba es una isla, puesto que nunca les mostraron la maravilla que puede ser cualquiera de sus cayos, y cuánto vale la pena arriesgarse al infierno de los jejenes por  amanecer pescando en Cantiles, Coco o Guillermo; acopiar mojarras en Tío Pepe, dejar a barlovento Lavanderas ―bello como un jardín japonés―, capear un aguacero en Ají Chico... soñar con otros donde nunca habré de poner el pie.
Cada cierto tiempo re-descubrimos la náutica. Ya se hizo a mediados de los noventa, con el enérgico emerger de la industria turística, y entonces se revelaron talentos y surgieron resonantes marcas, como Cubanáutica o Puertosol, luego sustituidas por otras. Alguien me dijo, hace años, que Cuba daba buenos peloteros porque desde que éramos niños andábamos por las esquinas del barrio con un palo y cualquier cosa que se dejara batear (corcho, bola de papel, taco de madera cortado del mismo palo), adivinando trayectorias, unos para “conectar” y otros para recibir “de aire”. No sé por qué se me ocurre que con la náutica tiene que ocurrir lo mismo: pregúntenle a los muchachos de Santa Fe, Jaimanitas, Santa Cruz del Norte y del Sur, Gibara, Baracoa...
La afición náutica en Cuba es taína, siboney, algo guanajatabey; es canaria, mallorquina, andaluza, catalana y probablemente cantábrica. La afición náutica en Cuba es tan antigua como los hombres que la poblaron, fuera por el encanto de las aguas batiendo incansables las orillas de arena, arrecife, manglar; fuera por el utilitario sentido de echar la cuerda, si bien con enseñado guaicán o acerado y curvo anzuelo inerte, llevar a la boca la suculencia del pescado. Navegar, navegaron.
Historiada la náutica solo la tenemos desde hace poco, si se acepta por tal lo que diversa prensa ha publicado durante el último siglo. Esto es, náutica integrada a los modernos modos de entretenimiento, de asueto de alguna forma socializado y puede que institucionalizado. Cierta aristocracia local, que como tiene dinero y tiempo libre en todo puede meterse, inventó en 1886 el Havana Yacht Club, y no por el título en inglés del Potomac ha de creerse otra cosa sino en mimetismo criollo con el ojo puesto en los vecinos. A fin de cuentas, el gusto por navegar y lo demás que viniera en ese paisaje ya estaba acá, para unos en el paseo en guadaño por la bahía de La Habana, otros quien sabe si tomando oficio a bordo solo por bañarse del alisio día por día, todo un lujo.
Tras el Havana Yacht Club vinieron asociaciones similares, y cada una fue haciendo lo mismo que le veían hacer a su antecesor, que tuvo regatas al año de fundado. Entrado y bien entrado el siglo XX, todo aceleró su marcha: a la vela y el remo se sumaron la pesca y la motonáutica, llegando luego el buceo, sobre todo en forma de pesca submarina. Cuba ingresa en 1924 en la International Star Class Yacht Racing Association y en 1955 el abogado Charles de Cárdenas  gana el certamen de la clase Estrella en Portugal.
A bordo del Criollo se fundó en 1956 la Asociación de Veleros de Cuba. La embarcación, una yola “construida en Cuba con maderas cubanas por operarios criollos” (Mar y Pesca, La Habana, abril 1957) ganaba en 1956 la regata Miami-Nassau y se aprestaba a tomar el liderazgo emblemático del yatismo cubano, toda vez que, al decir de una publicación de la época, “la mayoría de los llamados «yacht clubs» son en verdad balnearios simplemente” (Ibidem). En la misma época, el Miramar Yacht Club se dedicó a promover otra modalidad, el snipe, cuyo programa anual sobrepasó las veinte competencias y que llegó a medirse con buenos resultados en certámenes internacionales, como los campeonatos del Hemisferio Occidental  en Bermudas y el Mundial de Cascais, Portugal, en 1957.
Rafael Posso, un avezado yatista que en 1903 había ganado la Copa Veterana y alcanzara con los años el título de Comodoro del Havana Yacht Club, alentó a mediados de los años cuarenta del pasado siglo la fundación del Club Náutico Internacional de La Habana, CNIH, cuya principal singularidad fue abrir el primer servicio de atraque al servicio de yatistas extranjeros con el que contó el país, pues hasta entonces los recién llegados tenían que amarrar sus barcos a un muelle comercial de la bahía capitalina, recalar al río Almendares o más al oeste, en el de Jaimanitas.
El CNIH tenía la concepción de una moderna marina. En su espigón de la avenida del puerto ―el actual restaurante Los Marinos, en la Avenida del Puerto―, los turistas náuticos contaban con autoridades portuarias ante los que hacer cómodamente los  trámites de arribo, duchas y taquillas, bar y restaurante, todo a las puertas de lo que entonces era lo más sublime de la capital de todos los cubanos. Pregúntenle a Hemingway, que dejó en sus crónicas constancia del hotel Ambos Mundos, de la calle Obispo, del restaurante Floridita.
Cuentan viejas crónicas que en un cafetín de la calle O'Reilly se encontraron cierto día para compartir un trago el comodoro Posso y su colega Gidge Gandhy,  del Saint Petersbourg Yacht Club, y que de aquella amable conversación surgió la famosa Regata San Petersburgo - La Habana, una aventura de 284 millas marinas entre el oeste de la Florida y la costa norte de Cuba, establecida permanentemente desde 1946 hasta 1959, período en cuyo transcurso formó parte del circuito náutico oficial del sur de los Estados Unidos, denominado Southern Ocean Racing Conference.
Una plática similar con Don Antonio Zulueta, comodoro del Real Club de San Sebastián, propició la organización de la travesía deportiva a vela más larga del mundo en su momento: la regata La Habana-San Sebastián, de 4 200 millas al través del océano Atlántico. La primera fue efectuada en 1951 y la ganó el Malabar XIII, de Estados Unidos; la segunda victoria fue para el Mare Nostrum, del Real Club Náutico de San Sebastián, que llegó a la playa de La Concha a las 6:40 de la tarde del 6 de julio de 1955 y estableció un récord al completar las 4 200 millas náuticas del trayecto en 24 días, cuatro singladuras menos que las realizadas por el Malabar XIII cuatro años antes. Cuba fue representada en ambas travesías por La Cubana y el Siboney, respectivamente.
La motonáutica deslumbró a la afición litoral habanera desde marzo de 1922, cuando arribó a La Habana la lancha Gar Jr. II, tras cubrir en 9 horas y 23 minutos el cruce del estrecho de la Florida desde la ciudad de Miami. Gar Wood, piloto de la embarcación, fue el primero en sobrepasar las 100 millas por hora en una lancha de carreras. En 1925, en uno de los números inaugurales de la revista Habana Yacht Club, pueden leerse las reglas de la American Power Boat Association para regatas con handicap de cruceros, las que se aplicarían para lidiar por un premio cubano, la Copa Dr. Molinet. En las regatas de 1930, reportadas por esa misma publicación, se corrió en las categorías "Outboard clase C", "Outboard, categoría abierta", "Stock runabout" y "Gran Categoría abierta".
El 24 de febrero de 1959 más de 20 000 personas se reunieron en la Avenida de Puerto, inmediata al canal de entrada a la bahía de La Habana, para presenciar unas regatas auspiciadas ya por una Federación Motonáutica de Cuba. Viene luego un paréntesis de diferendo político entre Cuba y Estados Unidos y en 1979 el piloto Rocky Aoki y su copiloto Errol Orniner cubren en una hora y 44 minutos las 88 millas entre Key West y Varadero, a bordo de la Benihana, una lancha tipo catamarán de 37 y medio pies de eslora. Otro paréntesis y en el verano de 1996 el Malecón de La Habana se colma y se desborda de público para ver ganar a la azul Victory 1, el Grand Prix del 5º Campeonato Mundial de Motonáutica Clase Uno.

Durante el último medio siglo también ha habido eventos de velas, carreras de embarcaciones a motor, diversas modalidades de lides de buceo ―fotosub, video sub, caza submarina, marcas en apnea― y muchos certámenes nacionales e internacionales de pesca deportiva. Los cubanos, no tan de espaldas al mar, hemos sido, ciertamente, grandes espectadores de la cosa náutica. 

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