LA HABANA NÁUTICA
“El
Club
Internacional, a la derecha, daba amparo en su muelle particular a
varios yates de recreo, entre los que se destacaba uno de bandera
norteamericana, muy lujoso, deslumbrante de pintura blanca, de pulida caoba y
de bronces recién lustrados. Y en contraste con ese lujo, a diez pasos de su
ostentoso lujo, los despintados mástiles y las bordas mugrientas de media
docena de viveros y sucias toldillas de guadaños de redonda popa y ancha proa,
que remedaban burdas góndolas venecianas”. (Enrique Serpa, La trampa, 1956).
“Llave del Golfo”, “Perla del
Caribe”, “abierta a los cuatro vientos”, la sublime adjetivación de los
redactores publicitarios del turismo cubano destaparía el humor sarcástico de
la afición litoral, si algunos entre esa pléyade de crudos pescadores de
orilla, balseros y surfistas de la calle Setenta, pudiera dedicarse a leer en
internet lo que escriben aquellos sobre la náutica en Cuba.
Del cubano se ha dicho persistentemente que vivimos ―o hemos vivido, que para el caso es
lo mismo― de espaldas al mar.
Hay ciertamente mucha gente que se plantea la existencia con un sentido muy
“continental”, ignorando por completo los 5 746 kilómetros de costas, con sus
bahías, estuarios, litorales rocosos, además de las consabidas playas; dando
por hecho que Cuba es una isla, puesto que nunca les mostraron la maravilla que
puede ser cualquiera de sus cayos, y cuánto vale la pena arriesgarse al
infierno de los jejenes por amanecer pescando
en Cantiles, Coco o Guillermo; acopiar mojarras en Tío Pepe, dejar a barlovento
Lavanderas ―bello como un jardín
japonés―, capear un aguacero en
Ají Chico... soñar con otros donde nunca habré de poner el pie.
Cada cierto tiempo re-descubrimos la náutica. Ya se hizo a mediados de
los noventa, con el enérgico emerger de la industria turística, y entonces se
revelaron talentos y surgieron resonantes marcas, como Cubanáutica o Puertosol,
luego sustituidas por otras. Alguien me dijo, hace años, que Cuba daba buenos
peloteros porque desde que éramos niños andábamos por las esquinas del barrio
con un palo y cualquier cosa que se dejara batear (corcho, bola de papel, taco
de madera cortado del mismo palo), adivinando trayectorias, unos para
“conectar” y otros para recibir “de aire”. No sé por qué se me ocurre que con
la náutica tiene que ocurrir lo mismo: pregúntenle a los muchachos de Santa Fe,
Jaimanitas, Santa Cruz del Norte y del Sur, Gibara, Baracoa...
La afición náutica en Cuba es taína, siboney, algo guanajatabey; es
canaria, mallorquina, andaluza, catalana y probablemente cantábrica. La afición
náutica en Cuba es tan antigua como los hombres que la poblaron, fuera por el
encanto de las aguas batiendo incansables las orillas de arena, arrecife,
manglar; fuera por el utilitario sentido de echar la cuerda, si bien con
enseñado guaicán o acerado y curvo anzuelo inerte, llevar a la boca la
suculencia del pescado. Navegar, navegaron.
Historiada la náutica solo la tenemos desde hace poco, si se acepta por
tal lo que diversa prensa ha publicado durante el último siglo. Esto es,
náutica integrada a los modernos modos de entretenimiento, de asueto de alguna
forma socializado y puede que institucionalizado. Cierta aristocracia local,
que como tiene dinero y tiempo libre en todo puede meterse, inventó en 1886 el Havana
Yacht Club, y no por el título en inglés del Potomac ha de creerse otra cosa
sino en mimetismo criollo con el ojo puesto en los vecinos. A fin de cuentas, el
gusto por navegar y lo demás que viniera en ese paisaje ya estaba acá, para
unos en el paseo en guadaño por la bahía de La Habana, otros quien sabe si
tomando oficio a bordo solo por bañarse del alisio día por día, todo un lujo.
Tras el Havana Yacht Club vinieron asociaciones similares, y cada una
fue haciendo lo mismo que le veían hacer a su antecesor, que tuvo regatas al
año de fundado. Entrado y bien entrado el siglo XX, todo aceleró su marcha: a
la vela y el remo se sumaron la pesca y la motonáutica, llegando luego el
buceo, sobre todo en forma de pesca submarina. Cuba ingresa en 1924 en la
International Star Class Yacht Racing Association y en 1955 el abogado Charles
de Cárdenas gana el certamen de la clase
Estrella en Portugal.
A bordo del Criollo se fundó
en 1956 la Asociación de Veleros de Cuba. La embarcación, una yola “construida
en Cuba con maderas cubanas por operarios criollos” (Mar y Pesca, La Habana, abril
1957) ganaba en 1956 la regata Miami-Nassau y se aprestaba a tomar el
liderazgo emblemático del yatismo cubano, toda vez que, al decir de una
publicación de la época, “la mayoría de los llamados «yacht clubs» son en
verdad balnearios simplemente” (Ibidem). En la misma época, el Miramar Yacht
Club se dedicó a promover otra modalidad, el snipe, cuyo programa anual
sobrepasó las veinte competencias y que llegó a medirse con buenos resultados
en certámenes internacionales, como los campeonatos del Hemisferio
Occidental en Bermudas y el Mundial de
Cascais, Portugal, en 1957.
Rafael Posso, un avezado yatista que en 1903 había ganado la Copa
Veterana y alcanzara con los años el título de Comodoro del Havana Yacht Club,
alentó a mediados de los años cuarenta del pasado siglo la fundación del Club
Náutico Internacional de La Habana, CNIH, cuya principal singularidad fue abrir
el primer servicio de atraque al servicio de yatistas extranjeros con el que
contó el país, pues hasta entonces los recién llegados tenían que amarrar sus
barcos a un muelle comercial de la bahía capitalina, recalar al río Almendares
o más al oeste, en el de Jaimanitas.
El CNIH tenía la concepción de una moderna marina. En su espigón de la
avenida del puerto ―el actual
restaurante Los Marinos, en la Avenida del Puerto―, los turistas náuticos contaban con autoridades portuarias ante
los que hacer cómodamente los trámites
de arribo, duchas y taquillas, bar y restaurante, todo a las puertas de lo que
entonces era lo más sublime de la capital de todos los cubanos. Pregúntenle a
Hemingway, que dejó en sus crónicas constancia del hotel Ambos Mundos, de la
calle Obispo, del restaurante Floridita.
Cuentan viejas crónicas que en un cafetín de la calle O'Reilly
se encontraron cierto día para compartir un trago el comodoro Posso y su colega
Gidge Gandhy, del Saint Petersbourg
Yacht Club, y que de aquella amable conversación surgió la famosa Regata San
Petersburgo - La Habana, una aventura de 284 millas marinas entre el oeste de
la Florida y la costa norte de Cuba, establecida permanentemente desde 1946
hasta 1959, período en cuyo transcurso formó parte del circuito náutico oficial
del sur de los Estados Unidos, denominado Southern Ocean Racing Conference.
Una plática similar con Don Antonio
Zulueta, comodoro del Real Club de San Sebastián, propició la organización de
la travesía deportiva a vela más larga del mundo en su momento: la regata La
Habana-San Sebastián, de 4 200 millas al través del océano Atlántico. La
primera fue efectuada en 1951 y la ganó el Malabar
XIII, de Estados Unidos; la segunda victoria fue para el Mare Nostrum, del Real Club Náutico de
San Sebastián, que llegó a la playa de La Concha a las 6:40 de la tarde del 6
de julio de 1955 y estableció un récord al completar las 4 200 millas náuticas
del trayecto en 24 días, cuatro singladuras menos que las realizadas por el Malabar XIII cuatro años antes. Cuba fue
representada en ambas travesías por La
Cubana y el Siboney,
respectivamente.
La motonáutica deslumbró a la
afición litoral habanera desde marzo de 1922, cuando arribó a La Habana la
lancha Gar Jr. II, tras cubrir en 9
horas y 23 minutos el cruce del estrecho de la Florida desde la ciudad de
Miami. Gar Wood, piloto de la embarcación, fue el primero en sobrepasar las 100
millas por hora en una lancha de carreras. En 1925, en uno de los números
inaugurales de la revista Habana Yacht Club, pueden leerse las reglas de la
American Power Boat Association para regatas con handicap de cruceros, las que
se aplicarían para lidiar por un premio cubano, la Copa Dr. Molinet. En las regatas de 1930, reportadas por esa misma
publicación, se corrió en las categorías "Outboard clase C",
"Outboard, categoría abierta", "Stock runabout" y
"Gran Categoría abierta".
El 24 de febrero de 1959 más de
20 000 personas se reunieron en la Avenida de Puerto, inmediata al canal de
entrada a la bahía de La Habana, para presenciar unas regatas auspiciadas ya
por una Federación Motonáutica de Cuba. Viene luego un paréntesis de diferendo político
entre Cuba y Estados Unidos y en 1979 el piloto Rocky Aoki y su copiloto Errol
Orniner cubren en una hora y 44 minutos las 88 millas entre Key West y
Varadero, a bordo de la Benihana, una
lancha tipo catamarán de 37 y medio pies de eslora. Otro paréntesis y en el verano
de 1996 el Malecón de La Habana se colma y se desborda de público para ver
ganar a la azul Victory 1, el Grand
Prix del 5º Campeonato Mundial de Motonáutica Clase Uno.
Durante el último medio siglo
también ha habido eventos de velas, carreras de embarcaciones a motor, diversas
modalidades de lides de buceo ―fotosub, video sub, caza submarina, marcas
en apnea―
y muchos certámenes nacionales e internacionales de pesca deportiva. Los
cubanos, no tan de espaldas al mar, hemos sido, ciertamente, grandes
espectadores de la cosa náutica.
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